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El maná de la radio

La radio, que el pasado13 de febrero celebró su día mundial.

Dicho sin ninguna originalidad, si la radio no existiera la habríamos tenido que inventar en esos tiempos en que los alebrestados en armas optaron por el secuestro despiadado como una de las peores formas de lucha estéril.

La radio, que el pasado13 de febrero celebró su día mundial, se había convertido en “maná”, polo a tierra, en único medio de contacto entre los secuestrados, sus familias y el mundo exterior.

Todos los que logran regresar a la civil, después de años de torturas lejos de las piedras del fogón, lo proclaman voz en cuello: la radio los salvó, les mantuvo la esperanza, les alegró las largas marchas hacia ninguna parte. 

Por radio “oían” crecer a sus hijos, sabían que algún ser querido se cansó de esperarlos y viajó a la ciudad “de los párpados cerrados”, que fulanita es mamá, que el mundo sigue autodestruyéndose y “Dios pierde su tiempo fabricando estrellas”, que el mundo disfruta de cachivaches nuevos llamados celular que existe su majestad el wasap.

Toda esta sofisticación es chatarra al lado de la vieja radio. Bueno, cuando sus captores, tan privados de la libertad como ellos,  no “secuestraban” también los transistores.

Perder el derecho a tener una radio de compañía es como si les ninguniaran una miserable ración de comida. O de esperanza.

Día llegará en que quienes padecieron el secuestro, le construyan monumento físico a la radio. Por lo pronto se lo tienen levantado en el corazón.

Uno que tuvo ocasión de escribir sobre la importancia de la radio y los peligros de su mal empleo, fue el exministro Gilberto Echeverri Mejía, asesinado en cautiverio por las Farc en compañía del gobernador de Antioquia, Guillermo Gaviria, y de un grupo de militares.

El “Ratón” Echeverrí escribía en sus cambuches en la selva profunda, de campamento en campamento, de desesperanza en desesperanza. A la par que les dirigía hermosas cartas a sus familiares, tiraba línea sobre cómo darle un vuelco a la educación, o les daba consejos a sus nietos, iba consignando las penas y alegrías que les deparaba la radio.

Escribía por todos sus compañeros de cautiverio. Eterno educador, Echeverri tiraba línea para que los reporteros, sobre todo de radio, no metieran – no sigan metiendo- las de caminar a la hora de manejar la información sobre los sensibles temas que les competen.

Como decenas de secuestrados siguen en poder de los señores que hacen la guerra, su testimonio, consignado en su libro “Bitácora desde el cautiverio” (editorial Eafit) sigue teniendo plena vigencia.

“Uno se siente fuerte y optimista con los mensajes de la familia. Además, ésta es el motivo para resistir, mantener la esperaza”, escribió Echeverri en ese testimonio que felizmente se salvó del olvido. 

El libro del exministro debería ser de obligatoria lectura. Trae enseñanzas en todos los frentes. Irónicamente, es un canto a la alegría de vivir para trabajar por los demás. Sobre todos los que llevan del bulto, objetivo que fue su norte.

Pero como esta nota está circunscrita a la importancia de la radio en esta coyuntura, destacaría la parte agridulce de las transmisiones radiales: 

“En verdad, escribió Echeverri, la radio ha sido para nosotros el alimento espiritual, (“el maná”, la llama en otra parte)  pero aquí uno descubre la poca preparación de algunos periodistas. Por ejemplo, de un comunicado de las Farc que para nosotros es vital, toman cualquier frase, sin asimilar el texto. La central (se refiere al parecer a los directores de los medios) toma eso como la única verdad y por eso el país queda mal informado”.

Y hacía la propuesta de producir un programa diario por Caracol o RCN. Puede ser en horarios después de las diez de la mañana, una media hora, “a esa hora la señal es más potente”.  

Sábado, 27 de Febrero de 2021
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