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El olvido que seremos
Los CMJ, una ‘instancia’ fabricada por el Gobierno Nacional con el único propósito de hacer creer a los jóvenes que el frenesí de las movilizaciones que estallaron en abril pasado había sido escuchado.
Viernes, 21 de Enero de 2022

La posesión de los 19 jóvenes hace pocas horas en el Consejo Municipal de Juventud (CMJ) de Cúcuta me hizo inevitable volver sobre la reflexión que en mi cabeza va y viene respecto de las vicisitudes que vivimos los jóvenes y las pocas alternativas que tenemos para sortearlas. 

A pesar de que somos el 25,9% de la población del país (Dane, 2021), los jóvenes entre los quince y veintinueve años no somos considerados como una fuerza social, por el contrario, se nos trata como minoría con garantías estéticas. Podríamos poner presidente (los de dieciocho en adelante), pero nos tratan como ciudadanos de segunda categoría. 

Los líderes de opinión más mayorcitos nos achacan (porque tengo 27 años y disfruto de mi último año de juventud técnicamente hablando) el haber desperdiciado un espacio (CMJ) porque a nivel nacional votaron sólo el ocho por ciento de quienes podrían haberlo hecho, pero son incapaces de reconocer que los partidos y movimientos tradicionales fueron los que más votos obtuvieron en estas elecciones. 

Pretenden hacernos sentir mal por no acudir masivamente a un “llamado a la acción”: Los CMJ, una ‘instancia’ fabricada por el Gobierno Nacional con el único propósito de hacer creer a los jóvenes que el frenesí de las movilizaciones que estallaron en abril pasado había sido escuchado. Por eso, el escenario de participación electoral fue similar al de otras elecciones: Primó la abstención y ganó la politiquería. Mi pretensión no es desestimar el escenario, sino verlo como es, sin maquillaje.

Tampoco quiero que esta columna verse sobre las elecciones como elemento de nuestra democracia, sino sobre las elecciones que tenemos que hacer y que determinan nuestro futuro y el de nuestras familias. 

Quiero referirme específicamente a la elección que hacen miles de jóvenes cada año respecto de migrar: una elección que me genera profunda tristeza e impotencia, porque como joven, siento la pasión de quedarme en mi país y luchar por mejorarlo. 

Jamás me atrevería a criticar o juzgar a los que se fueron del país buscando otras oportunidades, pero no podemos engañarnos por los filtros que nosotros mismos disfrutamos en redes: sólo una parte muy pequeña, prácticamente minúscula de los que emigraron, está en otros países ejerciendo su vocación. Sobreviven, sí, viven con mejor calidad de vida que la que ofrecen nuestros municipios, sí, tienen mayor poder adquisitivo que los que se quedan en Colombia, sí, pero tampoco encontraron las oportunidades de brillar tras las que se marcharon.

Llevo años viendo una realidad que parece no tener fin: Los politiqueros siguen manejando el ingreso y los cupos en las universidades públicas. Eso desmotiva y también influye en la decisión de partir. El desempleo juvenil es sumamente alto y ni hablar de las posibilidades de acceder a una vivienda, un retiro pensional o acceder a la salud. 

Pero siento el deber de invitarlos a quedarnos y luchar. Reitero, podríamos poner presidente y cambiar la historia, si somos lo suficientemente inteligentes y desafiamos los estigmas de que sólo hacemos tiktok y que en pocos años no habrá médicos ni ingenieros que sustenten las necesidades de la civilización. Dicen que ya somos el olvido que seremos. 

A nivel personal, es frustrante tener el rol de servidor público y sentir que no se cuenta con el suficiente margen de acción para cambiar las cosas, pero para cambiarlo TODO, quiero decir. Eso no significa que vaya a salir huyendo hacia el mar de la decepción. Si tengo la oportunidad de mejorar la vida de alguien, una familia, una comunidad, un barrio, un corregimiento, no puedo desperdiciarla.

Por eso considero, e invito a los jóvenes a unirnos para hacer mejores elecciones, no sólo para nosotros sino para nuestros padres, abuelos y por qué no, hijos, a ver si logramos ser “aquí, hoy”, como el soneto de Borges.
 

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