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Esclavo de amor por ti

Dicen que la esclavitud terminó hace años y hasta una columna hay en el parque de Ocaña como un monumento que conmemora la libertad de los esclavos. Mentiras. La esclavitud sigue vivita y coleando.

Llegaste a mi vida para quedarte en ella, y desde entonces me convertí en tu esclavo. No sé qué me diste o no sé si fue tu aroma o tu figura o tu cercanía, pero algo me pasó contigo, algo que nunca había sentido tan fuerte, tan profundo, tan desaforadamente.

Ahora recuerdo un bolero, de aquellos con los que en mi juventud yo serenateaba y siempre me produjo muy buenos resultados. Se llama Presentimiento y dice: “Sin saber que existías, te deseaba, //  y antes de conocerte, te adiviné. // Llegaste en el momento en que te esperaba, // no hubo sorpresa alguna cuando te hallé”.

Es cierto. Yo te esperaba. Te deseaba. Te necesitaba. Yo sabía que llegarías a mí, porque todas las señales apuntaban a que así sería. Pero nunca imaginé que me iba a convertir en tu esclavo.

Dicen que la esclavitud terminó hace años y hasta una columna hay en el parque de Ocaña como un monumento que conmemora la libertad de los esclavos. Mentiras. La esclavitud sigue vivita y coleando, como en el caso mío que sigo rendido a ti, que no puedo vivir sin ti y que desfallezco sin ti. Es más. Ha llegado a tal extremo mi entrega total, que puedo asegurar que si algún día me llegas a faltar, yo podría morir.

Eres mi más dulce esclavitud. Y aunque reconozco que en ocasiones me molestas demasiado, aunque siento que me asfixias, que te aferras a mi existencia en demasía, también reconozco que sin ti, no podría vivir. Todo lo que haces, lo haces por mi bien. No piensas en ti, sino en mí. Dicen que nadie es indispensable en esta vida, pero, te lo confieso, yo sí te considero indispensable. ¿Qué haría yo sin ti? ¿Qué sería de mí sin tu compañía? Despertar alguna mañana y no encontrarte a mi lado, disponible para mí, sería la mañana más funesta de todas las mañanas. 

Has llegado a formar parte de mi existencia. Te llevo conmigo y te muestro, te exhibo, orgulloso de que estemos los dos, de que seamos uno solo.

Es más. Cuando yo muera, quiero que me acompañes más allá del postrer suspiro.   Quiero que te vayas conmigo a la eternidad. Que mueras conmigo. Que compartamos funerales y el fuego de la cremación. No quiero que te quedes sin mí, corriendo el riesgo de que alguien se aproveche de tu soledad porque te ven en estado de completa indefensión. O tal vez te hagan a un lado, te menosprecien o te aíslen  por haber estado junto a mí tanto tiempo. 

En otras palabras, quiero que así como has permanecido siempre fiel a mi lado, así como me has soportado en las verdes y las maduras, en las buenas y en las malas, así también mueras conmigo, que tus cenizas se junten con las mías y que las lancen a las aguas del mar o del Pamplonita. En la vida y en la muerte, nadie podrá separarnos. Después, cuando sea la hora de la resurrección de los muertos, tú resucitarás conmigo y volveré a llevarte junto a mí, volveremos a ser uno solo hasta la consumación de los siglos per sécula seculorum.

Quiero también decirlo, vociferarlo, gritarlo a los cuatro vientos, que no tengo palabras cómo expresar mi gratitud para contigo que siempre vas  delante de mí, sin permitir  que la fetidez de este mundo pútrido me haga daño.  Jamás tendré cómo pagarte tu empeño en ocultarme de  enemigos y acreedores. Quiero seguir siendo tu esclavo, mi querido tapabocas. 

gusgomar@hotmail.com

Martes, 20 de Abril de 2021
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