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Evidencia silenciosa

Son los momentos en que se canta bajito, con reverencia, en un tono similar al del goce de la lluvia serena, con la sonrisa tenue de saber que, si uno hubiera estado siempre así, en silencio, habría sido plenamente feliz.

A la sombra de un árbol de tiempo, bajo su fronda larga, miramos la cosecha de la vida, al arrullo de ese eco sublime que resuena en el corazón, cuando intentamos saber de dónde venimos y hacia dónde vamos.

Los instantes de reflexión son el derecho sagrado de entrelazar los ideales humanos con los ciclos divinos, de deslizar la libertad en racimos de auroras, o de crepúsculos, desde una brisa ancestral y lejana.

Son los momentos en que se canta bajito, con reverencia, en un tono similar al del goce de la lluvia serena, con la sonrisa tenue de saber que, si uno hubiera estado siempre así, en silencio, habría sido plenamente feliz.

Entonces nos rendimos ante la evidencia de las cosas bellas, aprendemos a admirar los colores, el sol luminoso, la luna mágica, las flores y las mariposas llevando y trayendo al destino los hilos para tejer su fantasía.

Y si sembramos en nuestra humildad estudio, con semillas de sabiduría, podemos cultivar dignidad y desplegar los sueños hacia una perfección parecida a la de la naturaleza, tan callada, bordeando el misterio del infinito.

La savia final va desarrugando el corazón, con esa miel dulce que acaricia el alma, cuando el amor se sienta a conversar con la nostalgia y la esperanza es aliciente entre la memoria y los recuerdos bonitos.

La razón de existir se encuentra cuando asumimos la vida interior como el recinto sublime de lo universal, de lo supremo, de las lecciones de que el macro cosmos y el microcosmos son una manifestación indisoluble del regocijo de vivir. 

Lunes, 26 de Septiembre de 2022
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