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Ingrid y Duque

En el caso del atentado a Duque surgieron de inmediato voces de incredulidad y de burla. Pero lo más grave es el deseo de éxito de algunos en esa criminal acción.

Las dos noticias más importantes de la semana nos demostraron a los colombianos que estamos enfermos como sociedad. El atentado contra el Presidente Duque y el encuentro en la Comisión de la Verdad de los comandantes de las Farc con algunas víctimas del secuestro, encabezadas por Ingrid Betancur, nos confirmaron esta dura realidad que debemos aceptar.

Las reacciones ciudadanas y de no pocos dirigentes en los medios y las redes sociales, confirman el éxito de aquellos líderes políticos que en los últimos años se dedicaron a sembrar odio, miedo, rabia y sed de venganza, en un país azotado por un cruel conflicto armado de más de 50 años. 

En el caso del atentado a Duque surgieron de inmediato voces de incredulidad y de burla. Pero lo más grave es el deseo de éxito de algunos en esa criminal acción. Esa actitud demuestra por un lado la desconfianza de los ciudadanos en las instituciones, el gobierno y el propio Presidente, y por el otro, el inmenso odio que se destila en diversos sectores de la sociedad entre quienes piensan distinto. Cada vez es más evidente la incapacidad que tenemos de debatir civilizadamente nuestras diferencias y cualquier discusión se “despacha” en forma simple y facilista con el insulto, la ofensa y la descalificación del contradictor. 

Frente a un atentado al jefe de estado no debe caber ninguna duda de la opinión y por eso es importante capturar cuanto antes a los responsables. Solo cabe el rechazo unánime de la ciudadanía, simpaticemos o no con sus ejecutorias de gobierno. Es lamentable que no sea así y constituye el síntoma más dramático de la enfermedad que padecemos que no nos deja avanzar como nación. Se dedicaron durante años a las fake news, a “sacar a votar berraca a la gente”, a señalar de narcoguerrilleros a quienes buscaban una legítima negociación de fin del conflicto con las Farc e incluso a pedir en marchas la muerte del Presidente que lideró ese esfuerzo. Hoy el país entero paga las consecuencias y estamos cada vez más lejos de cicatrizar heridas y de avanzar en la reconciliación entre compatriotas. No estamos preparados para ello. 

En el caso de Ingrid Betancur y las víctimas de las Farc la agresión no fue física pero la violencia verbal es triste, inaceptable. Que existan sectores políticos y ciudadanos que salgan a insultar a Ingrid tras un conmovedor acto y unas palabras de corazón de quien vivió 6 largos años una pesadilla trágica, es sencillamente aterrador. La descalifican porque a pesar de su sufrimiento cree en la necesidad de la Paz y también, desde la otra orilla, porque exige un arrepentimiento más sincero de los ex comandantes de las Farc, como seres humanos y no como guerreros o políticos. Un acto profundamente humano y personal, reparador del alma, que jamás hubiéramos podido presenciar sin la firma de un acuerdo de paz, termina convertido de nuevo en un campo de batalla entre los fanáticos radicales de lado y lado, empeñados en mantener incendiado el país. 

Si no somos capaces de desarmar la lengua será imposible que Colombia algún día logre doblar la página de la violencia. Si quedaba alguna duda del daño que ocasionan al país quienes promueven todos los días el odio y el miedo, la despejaron las reacciones de esta semana contra Duque e Ingrid.

En una sociedad normal y sana todos los colombianos, sin excepción, debimos rechazar con vehemencia el atentado contra Duque, y también por consenso debimos aplaudir sin cálculo político el encuentro de víctimas y victimarios en la Comisión de la Verdad. En ninguno de los dos casos fue así. Mi solidaridad personal y humana con Ingrid y Duque. Algo muy grave nos pasa, estamos enfermos y la cura aún parece lejana. Ojalá encontremos pronto la vacuna contra el odio y la rabia. Es tan urgente para la salud de los colombianos como la del COVID. 
 

Domingo, 27 de Junio de 2021
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