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La globalización de la pobreza

Desde el mundo desarrollado se ha impuesto la globalización como un requisito para superar la pobreza nos han vendido que la globalización traerá el progreso y la riqueza que tanto hemos buscado. Los argumentos parecen sólidos.

El intercambio de bienes y servicios beneficia a las partes y es lo que llamamos en términos coloquiales “un gana gana”. La teoría dominante, nos pide que definamos nuestras ventajas comparativas y nos especialicemos en producir acorde a dichas  ventajas.

Nos piden que abramos nuestras fronteras y permitamos el comercio sin trabas. Todo esto parece lógico y nuestros países han seguido esa ruta.

Las voces críticas se han callado y se acepta la teoría de que la globalización es buena y que es necesario implementarla a como dé lugar de forma rápida y contundente.

Las consecuencias negativas que se presenten serán solucionadas por el mecanismo de mercado que se autorregula. Se crea la ilusión que todos nos haremos ricos si dejamos al mercado libertad total

Las cosas no han resultado para el tercer mundo como las esperábamos. Ante los resultados adversos y la ruina de muchos sectores, la pérdida del poder adquisitivo de los empleados y la poca riqueza que genera comenzamos a preguntarnos ¿qué hicimos mal?

Erik S. Reinert, economista noruego, nos aclara en su libro La globalización de la pobreza, del cual tome el título para esta columna, que la globalización es buena para países con iguales niveles de desarrollo, pero que resulta funesta cuando esto no ocurre.

Nos habla de la protección de parte del Estado que debe tener una  industria naciente.  

Cita los casos de Inglaterra y Estados Unidos que hasta el momento en que consolidaron sus industrias fueron proteccionistas y vía aranceles restringían la entrada de productos que competían con sus producciones. Cuando tuvieron una industria sólida abrieron sus mercados

También critica  la ventaja comparativa de David Ricardo, que al eliminar de la teoría económica una comprensión cualitativa de los cambios y la dinámica económica la ha convertido en un artefacto que posibilita que una nación se especialice en ser pobre.

La teoría del comercio internacional equipara una hora de trabajo de la edad de piedra con una de Silicón Valley y predice que la integración económica de esos dos tipos de economia promoverá la armonía económica entre ellos y la igualación de los salarios.

Nada más falso. Los salarios de los países desarrollados son muy superiores a los nuestros a pesar de la globalización.

La definición de la OCDE de competitividad nos dice: “consiste en elevar los salarios reales sin perder oportunidades de venta en el mercado  mundial.”

No habla de reducirlos que es lo que hacemos en nuestros países para ser competitivos, sencillamente porque nuestros productos son agrícolas donde no tenemos ninguna posibilidad de imponer los precios, mientras que los productos de los países desarrollados son industriales con valores agregados donde es posible imponer los precios.

En palabras de Reinert: “creer que las condiciones mejoran con la exportación de productos agrícolas de los países pobres a los industrializados es una ilusión: ningún país sin un sector industrial y de servicios propio ha conseguido elevar el nivel salarial de sus campesinos” y agrega: “el crecimiento y el bienestar es el resultado de un largo proceso de construcción de un tipo particular de estructura económica.

La prosperidad y el desarrollo debe entenderse como el resultado de una política consiente y deliberada”.

Por eso debemos examinar con cuidado y rigurosidad las teorías que nos ofrecen los países ricos. Debemos analizar la forma adecuada de adaptarlas a nuestro medio con los   filtros necesarios y los tiempos correctos.

Viernes, 15 de Mayo de 2015
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