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La mezquindad política

La verdad es que la mezquindad en la política colombiana es cada día más insoportable. Y llegó el momento de cambiar.

Los políticos colombianos son proclives, en su gran mayoría, a poner por encima del interés general su interés particular. Y en eso no ceden. Por lo cual caen en las prácticas más detestables: el abuso de poder, la corrupción, el engaño, el clientelismo burocrático, el culto servil a la personalidad y el menosprecio a la democracia. Siempre se aferran a lo peor en detrimento de principios que debieran ser la hoja de ruta de su función pública.

Todavía no se han cerrado muchos de los expedientes de la parapolítica, en los cuales aparecen dirigentes de distintas corrientes partidistas en alianzas con organizaciones criminales. Lo hicieron para asegurar el triunfo de sus aspiraciones electorales.  Apoyados en ese poder se adueñaron de  recursos oficiales y dispusieron de los mismos con irrefrenable codicia.

Plantados con total ausencia de pudor en conductas ilícitas como expresión de su quehacer habitual muchos políticos preservan la porción de poder que tienen al precio que sea. Y de allí no se mueven. Defienden su feudo desde donde estén utilizando “todas las formas de lucha” y encuentran aliados incondicionales y sumisos para su causa.

Para blindar los feudos políticos, sus beneficiarios acuden a  las trampas que sean. Están a prueba de todos los riesgos y como saben que en cualquier momento puede saltarles una liebre inesperada, buscan antídotos salvadores. La marrulla es un dispositivo que se vuelve corriente.

Todo ese aparataje, que no deja de tener grietas, puede fallar en cualquier momento. Y la sabiduría popular enseña que   “lo que por agua viene, por agua se va”. Como los tiempos cambian y la ciudadanía puede reaccionar contra esa forma laxa de ejercer la política, se han encendido ya algunas alarmas. Aunque sin el rigor que debiera tener. Y sin convicción. Fabio Valencia Cossio, un político curtido y protagonista de primera plana en el Partido Conservador se atrevió a sentenciar en un discurso ante el Senado hace más de una década: “O cambiamos, o nos cambian”. Después llevó esa previsión a un libro que escribió sobre su carrera política. Valencia Cossio tampoco cambió, como tampoco cambiaron otros  políticos. Los mismos que se rasgan vestiduras con bravuconadas para descalificar las supuestas ´concesiones´ que se  están haciendo a las Farc para llegar a los acuerdos de paz.

Pero la verdad es que la mezquindad en la política colombiana es cada día más insoportable. Y llegó el momento de cambiar. A eso llevará la paz que se anhela. Esta no prosperará en un huerto abonado de corrupción. Las mañas fraudulentas aplicadas en los eventos electorales o los carruseles de  la contratación y de otros negocios públicos están en oposición al proceso mediante el cual se le pondrá punto final al conflicto armado.

Una de las tareas fundamentales  de cara a la paz es la erradicación de todas las formas de distorsión de la política. Ahora sí puede abrirse paso lo dicho por Valencia Cossio: “O cambiamos o nos cambian”. No es un recurso de distracción. Es una de las columnas de la nueva Colombia.

Puntada

El Centro Democrático, el partido de Álvaro Uribe, decidió salir del closet. Se puso el uniforme fascista, que es el de la derecha extrema, arbitraria y opuesta a los derechos y las libertades. Una ideología oscurantista y represiva.

Sábado, 23 de Julio de 2016
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