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La niñez de la luz

En un crepúsculo decembrino, San José descubrió que a María le gustaba sentirse niña.

En un crepúsculo decembrino, San José descubrió que a María le gustaba sentirse niña, contemplar los farolitos colgados de los árboles y el rojo ingenuo que brotaba de los cachetes infantiles.


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A él le agradaba mirarla bendecir con su amor los hogares, verla reírse con los niños y jugar a ser un hada madrina recorriendo los caminos de los duendes y las ninfas, buscando un tesoro espiritual.

Entonces le hizo una ruta alegre, con lunas bonitas y velas, y le tendió una estela de alas de mariposas con un milagro escondido en cada huella, para iluminar su paseo con las delicias de su propia ternura.

Desde entonces la piedad mariana viene a la memoria con la fiesta de las velitas, desborda la imaginación en surcos luminosos y despliega las hebras del recuerdo, con el rumor de las nostalgias buenas de la Navidad.

Y el viento lleva y trae el eco sublime de los sentimientos nobles, mientras surge, en las almas de todos, una epopeya de ilusiones que nunca declina, porque posee un horizonte azul de esencia celestial.

A María le gusta, ahora, escenificar las fantasías de las familias, cultivarlas en las semillas de una oración sublime, volverlas villancicos y cantarlas con rondas musicales rasgadas al son de las guitarras y las panderetas.

José, en cambio, presencia los misterios elocuentes en silencio, refugiado en los claroscuros sombreados por la luz, soñando con momentos bellos, mientras desata las amarras de su burrito para ir a cargar agua en los cántaros. 

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Lunes, 5 de Diciembre de 2022
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