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La vida es maravillosa
¿Y sabe qué? Con cada grito yo siento que la vida se me va haciendo más maravillosa.
Martes, 28 de Junio de 2022

Mi apreciado amigo Yokoi Kenji:

Le digo amigo, aunque usted ni siquiera me conoce. Yo, en cambio, le he venido siguiendo la pista desde hace varios años, y cada día lo siento más cercano. Verá usted: De vez en cuando se me alborotan los ánimos, se me prende la chispa y me da por dictar alguna charla (que yo pomposamente llamo conferencias) y, entonces, acudo a usted, a sus videos, a sus esas sí magistrales conferencias, mejor dicho, me le meto al rancho, para aprender algo de usted, para copiarle gestos, giros lingüísticos, trucos de humor, poses y hasta el parado o el sentado, para tratar de parecerme a usted, con el argumento trillado de que “Si Yokoi, con ojos rasgados de japonés, pudo, ¿por qué yo no?”


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Pero le soy sincero. No es fácil decir lo que usted dice como lo dice, nutriéndonos de cosas profundas de una manera tan sencilla que ni cuenta nos damos. “Como con salivita” –como decimos aquí en Cúcuta- nos va entrando lo que nos enseña, y lo asimilamos, lo entendemos, lo aprendemos.  No es fácil imitarlo y, en ocasiones, hasta frustrado me siento. “Esto no es para mí –me digo-. Kenji está hecho de sustancia japonesa”, pero vuelvo a sus videos y me lleno de optimismo cuando relata sus inicios como conferencista, o cuando habla del mito japonés y de nuestra poca fe en nosotros mismos, los colombianos. 

Por lo general, son los viejos los que les enseñan a los muchachos. Pero en su caso no es así: Los viejos aprendemos de usted, que hasta ahora está empezando a vivir, como decía mi nona. Usted es apenas un chamo (en nuestro lenguaje veneco-cucuteño) y ¡ah, bueno que habla!

Dicho lo anterior, le cuento que me alegré cuando supe que usted iba a dictar una conferencia a oyentes cucuteños. Pensé que vendría personalmente, pero ahora los conferencistas no viajan. Viajan sus palabras. Algo es algo, me dije. Vi que lo auspiciaba una fundación cultural que aquí existe, de nombre curioso para una fundación: El Cinco a las Cinco. Y eso me alegró aún más. La dirige un personaje nuestro, que anda metido en todo: cultura, ciudad, educación, academia, historia. Un líder, ex rector de universidades, ex vendedor de bicicletas en su juventud, estudioso de la realidad, proyectista inquieto. Y de ñapa anda rodeado de otros personajes, igual de locos a él, locos por el futuro de la ciudad.


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Pedí cupo en primera fila para estar cerca de usted y verlo mejor. “El que quiera hablar, levante la mano”, dijo Patrocinio. Durante toda su charla estuve con la mano levantada, pero mi celular es muy pequeño y nadie me vio. Después supe que en informática levantar la mano no es levantar la mano sino oprimir un botoncito. No lo hice. Esto es duro para el campesino.

Quería darle las gracias porque hace poco le escuché a usted la anécdota de aquel maestro suyo que gritaba siempre: “La vida es maravillosa”. Y usted hacía énfasis en esa frase, sobre la importancia de reconocer que la vida es maravillosa. Pues le cuento que, desde entonces, yo la repito todo el día y a cada rato, y cuando me despierto, en el baño la grito y por la calle la grito, aun a riesgo de que me llamen loco. ¿Y sabe qué? Con cada grito yo siento que la vida se me va haciendo más maravillosa.

Yokoi, maestro y amigo, mil y mil gracias, porque con usted aprendí que, aunque haya problemas, la vida sigue siendo maravillosa. ¡Dios lo bendiga!

gusgomar@hotmail.com
 

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