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Lección de viejo
Los viejos aprendemos a ver la vida como una lección que, de tanto vivirse, debe contagiar de optimismo.
Domingo, 25 de Septiembre de 2016

Me ha gustado ser viejo (nací viejo). La palabra tiene una sonoridad especial y sugiere cosas distintas, con una especie de extracto sabio de la costra de las experiencias y una hidalguía bonita, además, porque la nostalgia la decora y le  enseña que la vida debe asumirse con la reverencia de cada época.

Entonces tiene uno tiempo para colar los años, así como el café, y darles una dimensión valiosa, según como fueron, si malos o buenos, o salpicados de la redención de tantos errores, para dejarlos recorrer y evaluar los sueños en una especie de confrontación emocional. 

Los viejos aprendemos a ver la vida como una lección que, de tanto vivirse, debe contagiar de optimismo y deslizarse por los pliegues del alma para contar a los días la propia verdad. Así, podemos optar por el camino de la grandeza senil a través de una nueva escala de magnitudes, con un sistema de valoración en viceversa: lo que era grande ahora es pequeño y al revés, hasta que se concluye que lo que valía la pena era tan sencillo –y mínimo- que se ocultaba en el contenido de luz naciente del amanecer, o en el poniente de un crepúsculo hondo en pensamiento, que se lleva los colores de la esperanza a reposar en la noche.

Si se sabe vivir (la vejez), es benevolente; si no, se entrega uno a la decrepitud, que es la peor decadencia de los seres humanos que despiertan compasión y se dejan llamar adultos mayores y no viejos, como debe ser. 

Los días pasan como una sombra fugaz y se envuelven en un ciclo de tiempo que va dejando una luminosidad interior que se denomina sabiduría: un punto de luz que titila, levemente, y sólo se enciende pleno al escuchar la melodía del destino que ilustra a los seres sensibles para abandonar el lastre en los rincones.

Hay una vida distinta por hacer en la vejez, si uno quiere: si no, los demás los dejan abandonado, porque, claro, las miserias causan vergüenza. (Nuestro fundamento de experiencia puede servir mucho a los demás, o a uno mismo).

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