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Libertad, igualdad y fraternidad
El fruto de la granada, y no de la granadilla, manifiesta abiertamente que la madre patria es más latente que nuestros propios frutos y de algún modo, le quita valor a la gesta de independencia.
Miércoles, 14 de Julio de 2021

Hoy hace 232 años inició la revolución que terminó con la monarquía en Francia. Uno de sus símbolos fue el gorro frigio, que se utiliza en escudos nacionales como los de Argentina, República Dominicana, Ecuador y Colombia, entre otros países hispanoamericanos. Nuestro escudo, creado el 9 de mayo de 1834 durante el gobierno del general Santander, incorpora una serie de elementos que suponen representar a los colombianos, pero que distan de ello. Como los demás símbolos patrios, el escudo es una creación con la pretensión de unir, pero como muestra una de sus tres fajas representada por el istmo de Panamá, el valor de lo simbólico sugiere la ausencia de la cohesión que se presume. Conmemorar a Panamá en el escudo, a pesar de su partida, es un lamento contrario al sentir patrio.

El cóndor andino vigila desde lo alto, compartiendo este honor con el escudo del Ecuador. La libertad y orden pareciera sacada del orden y progreso de Comte que adorna la bandera de Brasil, pero no representa lo que en la práctica acontece.  No pierde vigencia el ramo de laurel en el pico del cóndor, cuya esperanza no perdemos, a pesar de 200 años de gobiernos mezquinos con intereses personales y de espaldas a la nación. 

El fruto de la granada, y no de la granadilla, manifiesta abiertamente que la madre patria es más latente que nuestros propios frutos y de algún modo, le quita valor a la gesta de independencia. Recordar a España en el escudo es como poner su bandera al lado de la de Colombia y la de Bogotá en el palacio de Nariño. Es vivir para recordar que fuimos su colonia y antes que permitir que el cóndor se eleve por los Andes, es ponerle este pesado recuerdo que limita su vuelo. Al visitar el palacio de Nariño, la guianza indica en cada objeto su origen extranjero, pero omite hacer mención a alguna pieza que tenga algún valor para el conjunto de los colombianos. El juego completo de bandera, escudo e himno responden a la música de un extranjero, como si no hubiera quién pudiera musicalizar la letra de Núñez, a quien García Márquez reconociera como el peor poeta de nuestra historia quien, a su vez, tampoco logró aproximar a los colombianos a los cabellos de la virgen, arrancados con agonía y colgados del ciprés. 

La tierra de Colón termina siendo el broche dorado del simbolismo, denominar recordando al invasor y peor aún, permitirlo por 200 años. Un país para unos pocos y sus símbolos para todos. La imposición de unas representaciones que por la inercia del tiempo nos han acompañado se mantienen vacías mientras se desvanecen o desconocen los motivos. No hay que llorar sobre la leche derramada, sino que hay que beber de otras fuentes.

Al aproximarnos a la conmemoración de los 200 años de la Constitución de la Villa del Rosario de Cúcuta, vale la pena mirar hacia adelante para cambiar la posición: de espaldas a la nación y de rodillas al mundo. Esta mezcla de culturas y sentires, poblaciones y costumbres, donde hay más mestizos que criollos, donde se reconocen nuestros pueblos originarios y afrodescendientes, es hoy el país que hay que gobernar. No unos pocos criollos decidiendo en el centro para el centro, sino muchos más de todos construyendo para todos. Algo que resaltar del escudo de Estados Unidos es el lema en el pico del águila, E pluribus unum, “De muchos, uno”. Un reto importante. Un requisito para continuar. 200 años de ausencias son la oportunidad para beber de una copa más grande y generosa que aplique los ideales de la libertad, igualdad y fraternidad en la construcción sociopolítica de nuestra nación.

Universidad Externado de Colombia

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