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¡Llegó el indio!

“El indio” se convirtió, más que una estatua, en un motivo de orgullo para los cucuteños.

Un día, hace tres años, no amaneció el indio en su sitio, cerca del Terminal (los bien hablados dicen “la terminal”, los demás decimos el Terminal) de transportes. Los cucuteños todos nos habíamos acostumbrado a ver aquella figura robusta, flecha en mano dispuesta a disparar, mirada al horizonte, musculoso, con un taparrabos como vestimenta que no le tapaba el rabo, peluqueado a la moda india, serio y valiente, sobre  un pedestal en  la entrada hacia la ciudadela Juan Atalaya.

“El indio” se convirtió, más que una estatua, en un motivo de orgullo para los cucuteños y en una señal de orientación para los recién llegados. Motivo de orgullo porque dicen que los motilones eran verracos p’al trabajo y pa’la pelea y que así somos los cucuteños. Que me perdone Dios, que me perdone, pero a otro perro con ese hueso.

Los cucuteños de antes, los de la generación del Terremoto, sí podían darse ese lujo: eran bravos, valientes, trabajadores, reconstruyeron la ciudad en par patadas con calles anchas y arborizadas, trajeron tren, instalaron tranvía urbano, llegaron turcos, alemanes, ingleses, españoles y de otras regiones del planeta tierra y entre todos le metieron la mano al crecimiento comercial de la ciudad.

Fuimos la primera ciudad en tener aviación comercial, en tener alumbrado público, llegaron taxis sin que hubiera carretera, teníamos fábrica de hilados y tejidos (Coltejer nació en Cúcuta), éramos los principales exportadores de café y de cacao, Europa nos quedaba a un pasito aprovechando la cercanía con el lago de Maracaibo, y hasta el fútbol llegó a Colombia por Cúcuta. Esos sí eran herederos de la brava  raza motilona.

Pero poco a poco, esto tan bueno se fue acabando. Se nos acabó la machera, vendimos las fábricas y la Licorera y Centrales Eléctricas. En otras palabras nos quedamos sin el aguardiente Extra, tan sabroso, y tuvimos que repagar la luz. Se acabó la Lotería de Cúcuta, que tanto ayudaba a la salud. Oficinas nacionales que aquí operaban, se las llevaron para Bucaramanga. ¿Y quién dijo nada? ¿Quién dice nada? Nos invaden de todas partes y perdimos la identidad cucuteña. Pero eso a nadie le importa un culantro. Y todavía tenemos el descaro de decir que somos herederos de los bravos motilones.

Pero volvamos a la estatua. Para los recién llegados era una señal de orientación:

¿Dónde cojo carro para Venezuela?

- Dele derechito hasta donde encuentra un indio. Ahí, al lado.

¿Por dónde voy a comer rampuches al Zulia?

-   Tiene que buscar la subida del indio. Por ahí se va.

¿Dónde consigo las mejores putas de Suramérica?

-Vaya en la dirección que señala el indio.

Cuando desapareció la estatua del indio, las gentes de Atalaya empezaron a organizar una manifestación. “Que nos quiten el agua, que nos quiten la luz –decían- pero que no nos quiten el indio”. Un día me buscó una amiga atalayera. “Usted que escribe tan bonito –me dijo en un charco de lágrimas- hable por nosotros. Que nos devuelvan el indio o nos independizamos de Cúcuta”.  Tuvo que ir el alcalde en persona a explicarles que la ausencia del motilón era temporal mientras hacían unos puentes en el sector.

 Y así fue. Ahora que los puentes están ya funcionando, apareció de nuevo la estatua erguida, noble y valerosa del indio motilón.  Más rejuvenecido, estrenando taparrabos y con la flecha señalando al vacío porque ya las mujeres aquellas desaparecieron. Yo me pregunto: ¿Será que la presencia del indio de nuevo, con su empuje y ejemplo, no nos despertará a los cucuteños de esa modorra que nos tiene tan jodidos?

gusgomar@hotmail.com

Jueves, 15 de Abril de 2021
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