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Columnistas
Los animales y la pandemia
¿Por qué a los animales el virus no los ataca?
Jueves, 24 de Junio de 2021

Primero dijeron que había sido un murciélago (Ojo: Ver el libro Y todo por un murciélago. Por ahí lo venden). Después dijeron que no. Que el tal coronavirus había sido creado en un laboratorio. Y que por un accidente humano, el virus se les había escapado. Otros dijeron que no fue accidente, sino que los científicos, a propósito, habían dejado abiertas las ventanas del laboratorio y destapadas las pipetas, para que el virus se escapara e hiciera de las suyas. Aún no se sabe a ciencia cierta qué pasó. Y posiblemente nunca se sabrá.

Ni lo meto ni lo saco a favor del murciélago, pero feo sí es el animalejo, y tal vez por eso le echaron la culpa. Pero la pregunta que ronda en el mundo entero es: ¿Por qué a los animales el virus no los ataca?

Yo, acucioso como siempre he sido en algunos asuntos, me puse en la tarea de dilucidar este interrogante. Hablé con médicos, con una ahijada que le jala a la veterinaria, con amigos de la Academia de Historia, con gente de la Sociedad protectora de animales y hasta con una buena amiga que tiene siete gatos y un cementerio de perros en su jardín. Nadie ha sabido darme las respuestas que busco: ¿Qué tienen los animales, que los hace inmunes a la acción de este vergajo virus? ¿Por qué la rabia, la inquina, la persecución contra los humanos?  ¿Serán los animales más inteligentes que el hombre y saben esquivar la contaminación sin necesidad de tapabocas y de estarse lavando con jabón? ¿O será, acaso, como dicen los curas, un castigo de Dios por lo mal que los humanos nos hemos portado? Todo es posible en este mundo del carajo y cualquier respuesta puede ser válida.

Recordaba en días pasados la leyenda de San Francisco de Asís con el lobo. El santo varón, que hablaba con los animales y ellos le obedecían, convenció a un lobo de que no les hiciera más daño a los habitantes de Gubbio, Italia, un pueblo al que el animal se lo tenía al rojo: robos, destrozos, muertes... Y no sólo lo convenció sino que lo llevó a vivir con ellos. El lobo antes sangriento se volvió humilde como un perro faldero. La gente lo alimentaba y el lobo les agradecía.

Pero un mal día, el lobo se escapó a la montaña. Y volvieron sus ataques feroces contra la gente del poblado. Francisco, entonces, buscó al lobo y le preguntó: “Hermano lobo, ¿por qué has hecho esto? ¿Por qué has vuelto al odio y al crimen?

Y el lobo le contestó, aún con las fauces untadas de sangre: “No te acerques, Francisco. Viví con los hombres y conocí su maldad. Los unos se odian con los otros. Se persiguen. Se matan entre sí. Los hijos se alzan contra los padres. Los esposos se maltratan. La envidia los vuelve enemigos. Todos son hipócritas, desleales, tramposos, malos amigos. Por eso volví al monte, a mi vida. Ataco para defenderme y para sobrevivir. La gente no merece mi cariño.”  El lobo gruñó y el santo lloró.

¿Será que ahora ha sucedido lo mismo? Será que las fuerzas de la naturaleza han visto nuestra maldad y por eso nos castigó con el tal virus?

En cambio a los animales no los ataca porque ellos son buenos. No he visto guerrillas de gatos, ni bandadas de perros bloqueando las vías para que otros mueran de hambre. Ni los pollitos pelean con la mamá, ni la clueca los agarra a picotazos.

¿Sí ven la diferencia? ¿Será por eso?

gusgomar@hotmail.com

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