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Los nonos de antes

Dicen que los nonos quieren más a los nietos que a sus propios hijos. No lo creo. Lo que sucede es que los viejos vuelven a ser niños, según enseña la sicología, y encuentran en los nietos unos amiguitos para compartir sus ratos de ocio.

La sacó del estadio su santidad, el papa Francisco, con la fijación del Día del Abuelo, (el último domingo de julio) como una fecha para agasajar a los nonos, esos viejitos chuchumecos que, según el decir de mucha gente, sólo sirven –servimos- para cuidar nietos.

Vale la pena aclarar que nonos y abuelos son la misma cosa, pero en el interior del país y en los otros países, los abuelos son los abuelos. En Cúcuta y en la región fronteriza con Venezuela, en cambio, los abuelos son nonos, nonitos y nonitas. Perdón: somos.

Podría decirse que la palabra abuelo es sinónimo de viejo, de bastón y “encorvado como un tres”, a quien ya le pesan los años. Mientras que la palabra nono es un término más cariñoso, que no se refiere tanto a los años sino a la condición de papá del papá o de la mamá.

En días pasados me encontré con un amigo, compañero de colegio, con quien no nos veíamos hacía muchas calendas. Me miró de frente, me analizó de oreja a oreja, y por fin, como con cierta envidia, me dijo:

-Pero  a ti no te pasan los años.
-Gracias. Después te brindo –le contesté, sabiendo que me estaba mamando gallo.
-No, es en serio –me respondió. –Fíjate que yo ya soy abuelo y casi bisabuelo. Llevo cinco nietos y voy para una bisnieta.
   
En realidad no se veía viejo, pero mi amigo, al igual que muchos, equipara vejez con abuelés.
       
Seguramente mi amigo Francisco, el Papa, tuvo una infancia feliz al lado de sus nonos, y ahora, él, que no pudo ser nono por caprichos del destino (las cosas de Dios, decían los de antes), los recuerda con inmenso cariño, igual que todos recordamos a los nuestros. Porque todo el mundo, en su infancia se apega a los nonos o abuelos. Lo mismo sucede con los abuelos o nonos, que se apegan en su vejez a los nietos.

Dicen que los nonos quieren más a los nietos que a sus propios hijos. No lo creo. Lo que sucede es que los viejos vuelven a ser niños, según enseña la sicología, y encuentran en los nietos unos amiguitos para compartir sus ratos de ocio. Los hijos, que ya son grandes, tienen ocupaciones de gente seria e importante y no se detienen a escuchar a los papás, y mucho menos jugar con ellos.

Mi abuelo, Cleto Ardila, fue arriero de profesión entre Bucarasica y Ocaña, y entre La Victoria y Cúcuta. Era la época en que hablaban las enjalmas. Cuando dejó las mulas, jugaba con nosotros, sus nietos, al trompo, al naipe,   a mecernos en la hamaca de pared a pared, o a las bolas de cristal, y se volvía la ropa una porquería por tirarse con nosotros al piso de tierra.  

Y se vuelven hasta cómplices. A mis primos, también nietos suyos, mi nono los dejaba en la hamaca con sus novias, mientras él, sentado en la puerta, les cantaba la zona cuando alguien se acercaba. ¡Alcahuetas los nonos!    

Pero viéndolo bien. Esos eran otros tiempos. Y eran otros nonos. Y eran otros nietos. Los muchachos de hoy no juegan al trompo, ni a las pipas, ni tienen hamacas en sus casas. Sólo tienen celular y los nonos no saben de celulares ni de aparatos electrónicos. Ni echan cuentos. Ni son cómplices de nada, porque ya los muchachos de hoy, los nietos de hoy, no necesitan que los alcahueteen. Se tomaron la vida por su cuenta, sin que nadie pueda decirles nada. ¡Hacen falta los nonos de antes!

gusgomar@hotmail.com

Jueves, 29 de Julio de 2021
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