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¡Martes 13!
Mi invitación, es que hoy, martes 13,  ni monten a caballo ni se dejen coger la noche fuera de casa.
Martes, 13 de Abril de 2021

Sucedió un martes 13 de un abril de no sé qué año, hace ya un jurgo de calendarios. Veníamos un grupo de amigos desde mi pueblo hacia Cúcuta, pero nos había cogido la noche por andar de tienda en tienda buscando algo para calmar la sed que nos agobiaba. Las nueve, las diez, las once de la noche y era muy poco lo que avanzábamos, primero por el mal estado de la carretera, llena de huecamentas que había dejado el invierno anterior; segundo porque el jeep en que nos trasportábamos venía dando lata, y tercero porque traíamos una guitarra que nos invitaba a andar despacio al compás de rancheras y boleros.

De pronto, una frenada en seco nos obligó a mirar hacia adelante. Unos ojos brillantes, como de fuego, como dicen que son los ojos de don Sata, nos miraban desafiantes desde la mitad de la carretera. Era un gato negro, con el lomo arqueado y las garras como listas a saltar al carro y darnos el zarpazo final. Casi que le veíamos chispas que salían de sus ojos. Sus maullidos parecían lamentos de ultratumba.   

Los pelos se nos pusieron de punta y el efecto de las copas (que no eran copas sino vasitos de plástico) se nos fue p’al carajo. Una amiga se acordó de san Rafael arcángel, dizque patrono de los caminantes, otros invocaron a la Santísima Trinidad y yo me acordé de las Once mil vírgenes, no por la virginidad sino por la cantidad. Entre todos y todas le haríamos gavilla al gato negro.

El conductor, atrevido el man, fue avanzando despacito hacia el  felino y el felino quieto. Más oraciones nuestras, y el felino quieto. De pronto sucedió lo imprevisto: Susana, otra compañera, la más varona de todos, se bajó del jeep, se hizo la cruz, se sacó el rosario del cuello y le mostró la cruz al gato que, despavorido, salió corriendo, espantado. Esa noche aprendimos que no hay satanes ni gatos negros que se le enfrenten a un crucifijo en manos de una mujer envalentonada por unos aguardientes. Pero nunca los pasajeros de aquel jeep, olvidaremos esa noche tenebrosa de martes 13.

Un martes 13 se le mató un hermoso caballo a Evangelista Zapata, un pesero de Las Mercedes que, de cuando en cuando, pasado de guarapos, hacía cabriolas sobre su caballo. Ese martes se le hacía recibimiento a un nuevo cura que llegaba de párroco al pueblo. No había carretera de Sardinata a Las Mercedes, pero sí un carreteable que los gringos habían hecho, desde Tibú, en busca de petróleo en aquella montañas mercedeñas, y que llegaba hasta un cerro cercano al pueblo, desde donde se divisaba la iglesia y las dos calles del poblado. Por aquella vía se transitaba, pero al llegar al filo, (Kilómetro 82), se debía descender por un camino angosto, desfiladero abajo. En esa bajada, Zapata le soltó el freno al caballo y éste, desbocado, se resbaló en un pedrusco y ambos, jinete y caballo fueron a dar al precipicio. Como Dios cuida a sus borrachitos, Zapata no sufrió ni un rasguño, en tanto que la bestia, que sólo había tomado agua, no aguantó el guarapazo y allí quedó para siempre. En la tarde, rezagado de la cabalgata, llegó Zapata al pueblo, con la silla al hombro y llorando la pérdida de su hermoso caballo colorado. Fue un martes 13.

Mi invitación, es que hoy, martes 13,  ni monten a caballo ni se dejen coger la noche fuera de casa. Se les puede rodar la cabalgadura o toparse un gato negro con ganas de hacerles maldades.  

gusgomar@hotmail.com

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