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Más sabe el diablo por viejo…

Los viejos no se dejan achicopalar por los malos tiempos, ni por las ofensas que reciben, ni por los callos que les pisen.

Todos los humanos le tenemos miedo a la vejez. Eso de asomarse al espejo y ver una cara llena de arrugas, una calva brillante o una cabellera canosa y además una mirada opaca y una boca torcida con ausencia de muelas, no es cosa agradable. 

Por otra parte, igual a los carros que, cuando llegan a viejos le fallan todos los mecanismos, a las personas viejas les  aparecen enfermedades frecuentes: Reumatismo, dolor de espalda, tembladera en las manos y en la voz, pérdida de equilibrio, principio de ceguera y sordera, disminución de apetitos y de sueño, y aparición de un fenómeno universal llamado “chochera”. Son indicios de que los almanaques trajinados ya son muchos. De ñapa la memoria juega malas pasadas, tanto que a veces se olvida hasta el propio nombre.

Sin embargo hay una virtud que solamente poseen los viejos: La sabiduría. Lo que los viejos dicen se convierte en enseñanza y hay enseñanzas que siguen siendo excelentes a pesar de los años. Hace dos mil veintidós años alguien llamado Jesús de Nazareth promulgó unas enseñanzas que hoy, viejas, siguen vigentes: “Amaos unos a otros”, “no le robéis nada a nadie”, “no le digáis mentiras a la gente”, “no matéis”, “no traicionéis” y muchas otras lecciones de buena vida. Lo que quiere decir que no todo lo viejo es malo y que, a la hora decisiva, es preferible escoger la sabiduría en lugar de la improvisación y la altanería y las mentiras. 

Es lamentable que los muchachos desconozcan por completo aquello que los viejos conocieron como la Urbanidad de Carreño, un libro pequeño que aconseja  saludar todos los días, ceder el paso a los mayores, respetar a los papás y maestros, no sacarse los mocos en público, ni hurgarse los dientes con palillos después de las comidas. La gente joven de hoy es irreverente, atrevida, grosera y poco amiga de las buenas costumbres. En cambio los viejos son rezanderos, se acuestan y se levantan tempano (“acuéstate con las aves, levántate con el sol”), le jalan al respetico, son fieles por obligación y lo que hacen, lo hacen bien hecho. Son seguidores de la enseñanza que dijo el escritor portugués José de Saramago: “Todo lo que hagas, por pequeño que sea, hazlo bien hecho”.

Los viejos no se dejan achicopalar por los malos tiempos, ni por las ofensas que reciben, ni por los callos que les pisen. Las ofensas les resbalan y algunos aseguran que se visten con ropa de caucho para que rebote lo que les lancen.  Cumplen siempre aquel mandato del poema Desiderata que dice: “Camina plácido entre el ruido y la prisa, y piensa en la paz que se puede encontrar en el silencio”.  Por eso a los viejos les fastidia la música a todo volumen, los perifoneos que anuncian frutas o candidatos a través de cornetas gangosas, los gritos de las manifestaciones de los que vociferan y tiran piedra. Los viejos caminan lento porque saben que “del afán no queda sino el cansancio”. Los viejos huyen de las peleas, de las comadres gritonas, de las mujeres cantaleteadoras y de las gallinas culecas. 

La historia está llena de viejos sabios que marcaron el camino por donde mucha gente transita. Los grandes inventos son obras de los viejos y las mejores enseñanzas provienen de los viejos. 

Por todo lo anterior, la sabiduría popular, que nunca se equivoca, inventó el mejor de los refranes: “Más sabe el diablo por viejo que por diablo”. Aprendamos la lección para que la practiquemos el próximo 19 de junio, en las elecciones presidenciales.

gusgomar@hotmail.com

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Jueves, 9 de Junio de 2022
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