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Mujeres al poder

¿Qué hiciéramos sin ellas?

Me escribe un amigo chocoano para decirme que yo alguna vez escribí una columna sobre un pueblo del Chocó donde las mujeres se habían tomado todo el poder. La alcaldía, la personería, la contraloría, el concejo, y hasta el puesto de salud, todo estaba en manos de mujeres. Como si no se conformaran con mandar en la casa, decidieron tomar las riendas de su municipio que iba “de culo pal estanco”.

“Le pago lo que sea, pero consígame ese artículo”, me dijo mi amigo. De modo que me puse en la tarea de buscar y rebuscar mis escritos y libros, no tanto por la paga  sino por ayudar a un amigo.

-Mi amor -le dije a mi mujer, que se las sabe todas- ¿usted recuerda algún artículo mío sobre un pueblo donde las que mandan en todo son las mujeres?

-Claro -me contestó con una seguridad asombrosa-, el artículo se llama Mujeres al poder y forma parte del libro “¿Qué hiciéramos sin ellas?”.

Para fortuna de mi amigo conseguí el libro (de la segunda edición aún me quedan algunos ejemplares), escrito hace más de veinte años, y cuya primera edición se agotó como pan caliente. De él hacen parte artículos de suma importancia como: Hagámoslo parados, En defensa de las gorditas, Entre polvo y mujeres, En defensa de las suegras, y otros que merecen una juiciosa lectura.

Por falta de espacio en esta columna no me es dado reproducir todo el escrito, pero citaré algunos fragmentos, con la esperanza de que mi amigo y otros lectores que no tuvieron la fortuna de leerlo en su momento, lo adquieran ahora y se lo gocen. Dice así (a pedazos):

“A estas horas de la vida no me explico la barahúnda que algunos medios y algunos columnistas formaron cuando supieron que en un pueblo del Chocó, cuyo nombre no recuerdo, las mujeres se tomaron el poder. Es decir, a los hombres los dejaron por fuera de la rosca. Los medios de producción, los proyectos de envergadura, el manejo de las finanzas, las gerencias, las juntas, todos los rincones del pueblo donde había posibilidades de explotación o de hacer billullo, ahí se metieron ellas. Se tomaron el poder económico de la región y echaron a andar el pueblo, que antes, en mano de los hombres, vivía quebrado.

 “Convencieron a los varones de que el pueblo era vivible, a pesar de los fracasos anteriores y de las amenazas de los grupos armados. Me explico: Los hombres del poblado estaban alistando maletas para abandonarlo, con el pretexto de que allá no había posibilidades de trabajo, ni de que mejorara la economía, ni de que los bolsillos volvieran a engordar. Además, parece que guerrillos y paracos les estaban haciendo la vida imposible.

“Las mujeres entonces se amarraron las enaguas (mentiras,  los pantalones a las caderas porque ya las enaguas no se usan), y les dijeron escoba en mano:

-No sean gallinas (el término me recuerda a una amiga que me lo disparaba con frecuencia), cobardes, flojos. Aquí se quedan con nosotras haciéndole frente a la sitúa, si no quieren que de despedida les demos una fiesta de escobazos.

“Los hombres tuvieron que desempacar lo empacado agachar la cabeza y permitir que ellas manejaran todo en el pueblo. A ellos les tocó hacer la comida, lavar la ropa, darles el tetero  los niños, asear la casa y tender las camas.

Y el pueblo salió adelante.

“El día en que por estos terruños nuestras mujeres se decidan a manejar la cosa pública y la privada, seguro que otro gallo nos cantará. Dios me oiga”.

gusgomar@hotmail.com

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Jueves, 18 de Mayo de 2023
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