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Ni paz ni nada

Juanpa no se atrevió con una fecha sustituta, porque sintió en rojo su cuenta corriente de la desvergüenza.

Salvó a Santos que nadie lo tomó en serio. Su ridículo discurso en la plenaria de la ONU pasó tan desapercibido como el de los demás presidentes de Latinoamérica, anticipadamente condenados al olvido. De otra suerte, le estarían preguntando por su promesa teatral de traer la paz a Colombia el 23 de marzo, después de 60 años de guerra. Pero nadie le pregunta, porque nadie le cree a los teatreros sin categoría.

La noticia de que esa fecha quedaría impune, la trajo la inefable Canciller, a quien por falta de oficio condenaron a oír a estos bandidos de las Farc. De allá sacó en claro que no habría acuerdo final para fecha tan cantada, pero que vendrían noticias importantísimas que aliviarían el fracaso del día. Pero ni eso. Ni paz ni nada.

Juanpa no se atrevió con una fecha sustituta, porque sintió en rojo su cuenta corriente de la desvergüenza. Pero los de las Farc aprovecharon y se lanzaron con un probable fin de año, tampoco del todo comprometido. En suma, que seguimos en las mismas, mientras el país se consume en vórtices de violencia, en senderos de abandono, en mil problemas sin respuesta.

Ahora llegan las explicaciones del fracaso. Que son tan contundentes como podrá verse.

La primera, que los bandidos han asegurado que no pagarán un día de cárcel. Lástima para ellos. Las leyes internacionales, que obligan a Colombia, disponen que no podrá haber falta de castigo para delitos de lesa humanidad. Por fuerza que hagan De La Calle y Jaramillo, no le ganan al Tratado de Roma.

La segunda, que no entregan las armas. Lástima para ellos, porque ni el alcahueta Obama, ni el más alcahueta Kerry imaginan paz con armas. Y Juanpa no tiene más que confirmarlo.

La tercera, que no se concentran en ninguna parte, porque eso equivaldría a entrar a una cárcel a cielo abierto. Lástima para ellos, porque el Congreso santista, con la sorpresiva ayuda del Centro Democrático, ya propuso la concentración como condición para la paz.

La cuarta, que salen derecho de La Habana al Congreso, sin tocar aro como decíamos jugando baloncesto. Lástima para ellos, por cuanto la Constitución prohíbe que entren al Parlamento, en cualquier época, quienes hayan sido condenados por delitos que no sean políticos o culposos. Y las condenas contra los muchachos son en su mayoría por delitos que no tienen esta parentela.

La quinta, que no dedican un peso de sus billones –son los más ricos de Colombia- a indemnizar a sus víctimas. Lástima para ellos, porque el pueblo colombiano no toleraría jamás nada parecido.

La sexta, que quieren que se escriba en bronce que el narcotráfico es conexo al delito político y que nunca dará origen a la temida extradición a los Estados Unidos. Lástima para ellos, porque nadie en el mundo aceptaría parecido desatino y porque nadie les puede garantizar que mañana no terminen como su amigo Simón Trinidad en una cárcel del Tío Sam.

Advertidas estas pequeñas diferencias, el menos despabilado observador se preguntará qué carajos fue lo que hicieron en La Habana los graciosamente llamados plenipotenciarios. Pues que nada hombre, que nada, diría un castizo español.

Nada menos que eso es lo descubierto después de cuatro años de esta farsa. Que echaron paja, como proponía el prócer Samper Pizano y no acordaron nada. Todo en lo que consiste un proceso de entrega de bandidos está intacto. ¡Viva la Paz!

 

Domingo, 3 de Abril de 2016
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