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Pablito
Es leal en la amistad y con su apretón de manos, también aprieta el corazón.
Martes, 27 de Julio de 2021

Me enteré por el correo de las brujas, que Pablo Chacón Medina estuvo de cumpleaños hace dos días. No asistí a la partida de torta. Ni a la champaña. Ni al asado. Pero en cambio, lo recordé bastante.

Conocí a Pablito –como le decimos sus amigos- sin conocerlo. Es decir, supe de él, sin siquiera haberlo visto en persona. Hasta las aulas de Derecho en la Libre, de Bogotá, donde yo estudiaba, llegaban noticias de un abogado penalista que en Cúcuta ganaba todos los pleitos en los que intervenía como defensor. Eran las épocas de los Jurados de conciencia.  “Yo sólo hago defensas, jamás soy acusador de nadie”, me diría tiempo después. 

Y los periódicos contaban que sus hinchas, seguidores y admiradores, as, lo sacaban en hombros, de la sala de audiencias, como se saca en hombros, de la plaza,  a un torero que se ha lucido en su faena en tardes de sol y arena, o como se saca en alto al boxeador que ha aniquilado a su rival, o al beisbolista que ha marcado el jonrón definitivo. Nunca supe que lo hubieran dejado caer, a pesar de su figura un tanto rechoncha.

En algún momento fue el abogado que más audiencias ganó ante el Jurado, a nivel nacional. Muchos le tenían admiración; otros, envidia. Los mamadores de gallo dicen que Pablo no sólo le jalaba duro al Penal sino que hacía cursos de actuación y que todos los días frente al espejo  ensayaba poses y trucos de oratoria, como subir de pronto la voz y descenderla de inmediato, o hacer silencio durante unos minutos, para volver a tronar;  señalar a alguien con el dedo acusador o entornar los ojos, en son de súplica, al cielo y a los integrantes del Jurado.

Pero cuando lo conocí, Pablito no era el engreído torero cortador de orejas, de fino caminar, ni el orgulloso beisbolista hacedor de jonrones, ni el boxeador con los guantes untados de  sangre. Era una persona sencilla, sin dárselas de café con leche, sin ínfulas, amigo de echar cuentos, dicharachero, improvisador de décimas en reuniones, pero, eso sí, orador de multitudes en la plaza pública. Alguna vez quiso jalarle a la política pero no era hombre de intrigas y prefirió retirarse. En cambio, se enamoró de la academia: fue profesor y directivo universitario, presidente del Colegio de abogados penalistas, presidente de la Sociedad Bolivariana de San José de Cúcuta, miembro de la Sociedad santanderista, miembro de las academias de Historia de Ocaña, de Boyacá y del Estado Táchira (Venezuela), y presidente de la Academia de Historia de Norte de Santander.

Durante mucho tiempo fue columnista de La Opinión y mantuvo su vida pública, hasta que se retiró a sus cuarteles de invierno, a disfrutar de un merecido descanso y a dedicarse a sus dos verdaderas pasiones: leer y escribir.

Me consta que es un fervoroso lector, y son sabrosas sus crónicas de las cosas sencillas (el camioncito de palo, el camino pedregoso, el río, la casa paterna…) porque escribe bien escrito, y acapara la atención del que lo lee, con su lenguaje alegre y fresco.  Tal vez por exceso de modestia no ha querido publicar una selección de sus escritos. Debiera hacerlo, para solaz de sus lectores y para que le dé salida a su atafago de  ilusiones.

Pero es su calidad humana la que muestra al verdadero Chacón Medina. Buen amigo, servicial, sabe darse por entero y es solidario con quien lo necesita. Es leal en la amistad y con su apretón de manos, también aprieta el corazón.  Que los haya cumplido feliz, Pablito.

   gusgomar@hotmail.com

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