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¿Qué habrá sido del pasodoble?

Y es que las niñas de Cúcuta bailaban tan lindo...

Cuando el maestro Manuel Alvarado iniciaba el baile, un pasodoble majestuoso irrumpía atronador y el rumor de la elegancia marcaba el tono de la fiesta, deslizándose con garbo en el ritmo de las parejas.

En ese pasodoble perduraba un eco romántico, acentuando su ancestral hidalguía con pasos largos y corridos, que eran como etapas de un cortejo mágico que maduraba en un manojo de alegres seguidillas.  

La música decoraba entonces el salón, como recordando la sombra pintada de algún entremés, una deliciosa zarzuela, o el vibrar del valor, el honor y el amor, abriendo la corrida en una plaza de toros.

En ese entonces, en las fiestas con orquesta, el ambiente se armonizaba con una gala esplendorosa, con aquella cadencia que se dibujaba en instantes de ensoñación, con toda la luz del mundo sembrada en los ojos. 

Y es que las niñas de Cúcuta bailaban tan lindo que, junto con su belleza, escenificaban algo así como ese paseíllo que parecía una tonada de esperanza en cada giro y, después, cuando una pieza terminaba, se colgaban de gancho.

Usaban hebillas bonitas en su cabello, o trenzas, y vestidos de colores -con mangas- y, en medio de una ingenuidad maravillosa, y precoz, destrozaban los corazones subyugados de quienes las admirábamos. 

¿Qué habrá sido del pasodoble?, ¿o de la música de antaño? y, en general, ¿de esa escuela de danza doméstica de las casas de antes?, y, ¿de las tardes juveniles –en medio de las mamás–, en que aprendíamos a bailar? 

Era grande la merced de sueños y romances, en torno a los miles de detalles bonitos de la vida que estallaban en la semilla de la bondad provinciana. 

Lunes, 23 de Agosto de 2021
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