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¿Qué pasó con la Semana Santa?
Hoy todo el mundo se alza la bata y corra pal mar o pal río cercano, con el trago en una mano y en la otra la música a todo volumen. Las discotecas y otros establecimientos afines son los días que más venden.
Martes, 30 de Marzo de 2021

Desde que los curas dejaron de usar sotana y comenzaron a usar yines rotos y descoloridos como cualquier parroquiano, las costumbres de la iglesia se patrasiaron.  Los sacerdotes de ahora sólo visten sus hábitos para las ceremonias religiosas. Por fuera del altar, son unos más del montón.

Vi una vez en la calle a un tipo de tenis rotos, yines descachalambrados y franela tipo esqueleto, que me saludó  muy amablemente. “A este man yo lo conozco”, me dije. Duré todo el día echándole cabeza al fulano, hasta que se me alumbraron las entendederas: Era el cura de mi parroquia, a donde yo siempre llevo mi óbolo y mis diezmos y primicias. Pero claro, sin sotana era otro.

Eso es apenas un ejemplo. Lo que quiero decir es que el esplendor y la solemnidad de las Semanas Santas se acabó. Antes era el cura el que entraba en un burrito, el domingo de Ramos, a semejanza de Jesús en Jerusalén. Ahora montan a cualquier pelafustanillo. Los ramos de antes eran ramos de verdad, de olivo, de palma africana, de cogollo de lucua. Pero salieron con el cuento de que eso va contra la naturaleza. Entonces la gente ahora a la procesión lleva hojas de plátano, matas de rascador, chamizos y ramas de eucalipto para vender en la iglesia.

Mi nono Cleto Ardila hizo una vez de apóstol un jueves santo, para la ceremonia del lavatorio de los pies. Alebrestado por otro nieto, Leonel, el nono dijo: “Acepto si no me toca hacer de Judas”. Tenía el abuelo  90 años y era el más joven de la gallada. Ahora buscan muchachitos que deben ir con la mamá al lado o la hermana mayor. Dicen los mamadores de gallo, que nunca faltan ni siquiera en Semana Santa, que Jesús dizque dijo: Dejad que los niños vengan a mí, que detrás vienen las mamás o sus hermanas.

La abstinencia era cosa sagrada los viernes de cuaresma. Tocaba comer bagre, sardina, rampuche o panche. Nada de carne. De ninguna. Ahora dizque salió el papa Francisco con el cuento de que se puede comer carne todos los días, pero sin hablar del prójimo. Con lo rico que es chismosear de los demás.  

La congregación de los nazarenos era una comunidad respetable. Sayal morado, cotizas y capirote largo. Hoy en muchas partes, los nazarenos llevan la cara descubierta.  Algo peor: Hoy los nazarenos admiten nazarenas. Hace poco noté que unos ojitos maliciosos y coquetos me miraban con atrevida insistencia a través de los huecos del capirote. Descubrí, por la figura del cuerpo y las uñas pintadas, que no era nazareno sino nazarena. Después de la ceremonia la seguí con disimulo hasta la sacristía: Era una prima,  que estaba tratando de saludarme.

Desde el Domingo de Ramos, las campanas callaban y en las cantinas las victrolas se silenciaban. Era una semana de total recogimiento. El jueves y viernes santo se hablaba en voz baja, nada de paseos, ni viajes, ni hacer algo diferente a rezar,  meditar y hacer propósitos de enmienda. Y no era por aquello de que “el que peca y reza empata”, era por convicción religiosa. Hoy todo el mundo se alza la bata y corra pal mar o pal río cercano, con el trago en una mano y en la otra la música a todo volumen. Las discotecas y otros establecimientos afines son los días que más venden.

Se acabó la religiosidad de la Semana Santa y después nos preguntamos por qué será que la COVID-19 no se acaba. Con gente tan pecadora ¡qué se va a acabar!  

gusgomar@hotmail.com
 

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