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Retrato del Almorzadero

Los campesinos viejos andan a paso firme adelante de todo el convite, con las trenzas sumisas de su mujer ondeando atrás y la fuerza de la humildad metida en su alma, sembrada de recuerdos bonitos.

Los buenos viajeros del campo suelen ir contando la vivencia de su andar en caravana, los detalles, los caminos, las cosas de la gente, los cantos de las ranas que se convertirán en princesas, la lentitud arrulladora de las mulas, en fin, la mitología de la leyenda rural.

Algo así pensaba yo en la ruta al páramo del Almorzadero, mientras admiraba los frailejones que se hacen los soñolientos cuando uno pasa, quizá para urgirlo a verlos de cerca y aspirar el aire puro, nutrido de bondad, reflejado en los cachetes de los niños con rosetones en las mejillas.

Los bambucos y los boleros suenan más lindos y el espíritu se topa con las cumbres, para escribir el poema de vida que cae de las cascadas y nutre la belleza pintada en el paisaje con un pincel de sueños.

El viento trae razones de la eternidad, como aquellas que se enviaban los enamorados, las vacas son más pastoriles y los pájaros trinan con una alegría distinta - inmensamente romántica- en el esplendor de su vuelo.

Los campesinos viejos andan a paso firme adelante de todo el convite, con las trenzas sumisas de su mujer ondeando atrás y la fuerza de la humildad metida en su alma, sembrada de recuerdos bonitos.

Todo, entre más ingenuo, es más hermoso y el café alienta las nostalgias buenas y desgrana sonrisas en cualquier tienda -añosa- con los maravillosos relatos pueblerinos colgados de las nubes. 

Varias veces he dejado mi huella peregrina allí, suspendida de una estrella y, cada vez, la siento más arraigada: me encanta la puesta a cielo – en lugar de a tierra- que me sugiere decisiones, siempre, para lo que ha de venir.


 

Lunes, 12 de Julio de 2021
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