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San Isidro Labrador, pon la lluvia y quita el sol
Una rogativa es una invocación a todos los santos de la iglesia para que nos ayuden en una necesidad comunitaria.
Miércoles, 17 de Febrero de 2016

Estoy seguro de que las nuevas generaciones no saben qué es una rogativa. Y no lo saben porque el mundo actual se volvió materialista, alejado de Dios y del cielo y de los santos. Todo se nos volvió rumba y carnavales y corrupción y escándalos sodo-gomorréicos.

Pues bien. Una rogativa es una invocación a todos los santos de la iglesia para que nos ayuden en una necesidad comunitaria, como el verano que no pasa y el invierno que llega.

En mi pueblo se hacían rogativas a san Isidro para que ayudara a los campesinos con algún cambio de clima que beneficiara los cultivos.

“San Isidro Labrador, quita el agua y pon el sol”, era el estribillo que se repetía dentro y fuera del templo, o al revés: “San Isidro Labrador, pon el agua y quita el sol”, según como fuera la situa.

El personaje principal era, obviamente, san Isidro, de quien se dice que fue un campesino español, muy devoto y muy creyente, que cuando araba la tierra se iba a una capilla cercana a orar en lugar de trabajar.

El milagro consistía en que los bueyes seguían arando solos durante la jornada. La leyenda cuenta que un ángel venía a guiar a los bueyes mientras Isidro, el campesino bueno,  hablaba con Dios en la capilla.

Isidro no fue un hombre culto ni rico, además era casado y tenía un hijo, con lo cual se comprueba lo que enseña la iglesia: que para ser santo no es necesario ser cura, ni instruido. Sólo era un trabajador del campo. Y eso le bastó, por su fe y su caridad, para subir a los altares.

Esta es la razón por la cual a san Isidro se le considera patrono de los agricultores y es él quien bendice las cosechas de los que lo veneran y lo invocan.

Pero volvamos a las rogativas. Cuando el clima se desgajaba como con rabia (cuando eso no se hablaba del Niño ni de la Niña), el padre decía: Rogativa el domingo. El domingo todo el mundo salía en procesión por las dos calles del pueblo (la calle Real y la otra), llevando en andas la imagen de san Isidro con la pala y sus dos mansos bueyes, pero cantando las letanías de todos los santos.

El cura cantaba: San Timoteo, y el pueblo respondía también cantando: Ora pro nobis. Santa María Magdalena, Ora pro nobis. San Gumerzindo, ora pro nobis.

Había santos suficientes, conocidos y desconocidos, para recorrer las diez cuadras del pueblo. Al terminar la procesión, a san Isidro lo ubicaban debajo del samán de la plaza.

Allí los campesinos le llevaban sus ofrendas: racimos gigantes de plátanos, yucas descomunales, mazorcas grandes de cacao, canastadas de café oloroso a cafetal, igual a como lo hacían el jueves de Corpus.

El santo sonreía y el cura guardaba las ofrendas. (Menos mal que hoy no hacen rogativas, pues las ofrendas serían marihuana, coca y heroína).

Me contaba una amiga que en un pueblo de la ribera del río Magdalena, le hicieron varias rogativas a San Isidro, para que les quitara el verano y la sequía que los azotaba. Al ver que el santo no les hacía el milagrito, un día lo bajaron del anda y lo agarraron a fuete. Correa, insultos y latigazos le llovieron a la pobre imagen por incumplida.

Esa noche, a la media noche, se desgajó sobre el pueblo un aguacero con tintes de tormenta, que no paró ni siquiera al amanecer. Siguió lloviendo hasta que las calles se inundaron y el agua penetró a las viviendas y el pueblo fue una laguna inmensa de muerte y destrucción. ¡San Isidro les cobró caro la fuetera!

 

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