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Teletrabajo: ¿autogratificación o adicción?

Es hora de liberarnos de la adicción al computador y volver a considerarlo como una herramienta que nos permite la telepresencia cuando es necesaria y que no debemos usarla, sino cuando tengamos que hacerlo.

 

Cuando hablo con mis amigos y colaboradores, todos comparten mi sentimiento de que de alguna forma hemos perdido la noción del tiempo. Parecería que inicialmente el confinamiento hizo que no pudiéramos distinguir un domingo de otro día de semana. Tuvimos que ponernos de acuerdo para no trabajar sábados y domingos para superar esa sensación. Pero seguimos sintiendo que ahora trabajamos más que cuando estábamos en nuestros puestos de trabajo.  

Es que nos sentamos al computador antes de las ocho de la mañana y nos levantamos después de las ocho o nueve de la noche. Nadie nos obliga a esto. Simplemente lo hacemos porque estamos confinados y la pregunta sería ¿qué otra cosa podríamos hacer?  Podemos parar para preparar el almuerzo o la comida, pero luego nos sentamos nuevamente frente al computador. Podemos leer, oír webinars, asistir a reuniones masivas o a reuniones entre nuestros compañeros de trabajo. Hemos aprendido muchísimo y aprovechando la red, aprendemos todavía más. Pero seguimos esclavizados por el computador.

Hace unos días llegó a mis manos un escrito de Byung-Chul Han, filósofo y ensayista surcoreano, publicado en el periódico El País de Madrid, en el que dice que el teletrabajo nos hace autoexplotarnos. Su tesis es que “nos explotamos voluntaria y apasionadamente creyendo que nos estamos realizando. Lo que nos agota no es una condición externa, sino el imperativo interior de tener que rendir cada vez más.”

Han introduce luego otro concepto que también oímos mucho entre los que nos pasamos el día ante el computador: “El teletrabajo cansa, incluso más que el trabajo en la oficina. Causa fatiga, sobre todo, porque carece de rituales y de estructuras temporales fijas… también nos agota la falta de contactos sociales, la falta de abrazos y de contacto corporal con los demás.” 

La semana pasada tuve que asistir a una asamblea virtual de una asociación de facultades universitarias que comenzó a las ocho de la mañana y, con media hora para almuerzo, terminó a las siete y media de la noche. El consenso de todos los participantes fue que nunca habíamos estado tan cansados después de una asamblea presencial.  Por otro lado, más de uno de nuestros amigos y compañeros nos dice que lo que más les falta es estrechar la mano del amigo, abrazar al otro, el dar y recibir un beso en la mejilla.  Estas expresiones de calor humano son una de las mayores pérdidas ocasionadas por el teletrabajo.

Han le atribuye a la democracia neoliberal esa tendencia que se ha impuesto entre los directivos y responsables de las empresas de trabajar, independientemente de horarios y lazos familiares, para conseguir reconocimiento y ascenso en sus respectivas compañías.  De allí propone que todos tratamos de ser al mismo tiempo dueños y esclavos de nuestro propio nicho de trabajo y que nos autoflagelamos si no lo conseguimos, lo que hace que trabajemos más para satisfacer nuestra propia percepción de éxito.

No estoy totalmente de acuerdo con esta visión de Han.  No todos somos ejecutivos de compañías. Somos profesores a quienes las circunstancias del confinamiento nos han hecho perder la noción de la realidad del tiempo.  Pero ya hemos encontrado solución para ese problema.  

Lo siguiente es lograr ponernos horarios para nuestro trabajo y desprendernos del computador. Yo diría que lo que nos ha pasado es que nos hemos vuelto adictos al computador y como con cualquier otra adicción, tenemos que reconocerla para lograr finalmente encontrar su cura.  Es hora de liberarnos de la adicción al computador y volver a considerarlo como una herramienta que nos permite la telepresencia cuando es necesaria y que no debemos usarla, sino cuando tengamos que hacerlo.

Sábado, 27 de Marzo de 2021
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