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Viendo nevar y nevar

En nuestros alrededores se han acumulado por lo menos 70 centímetros de nieve.

Desde ayer a las dos de la tarde prácticamente no ha parado de nevar en esta ciudad. En nuestros alrededores se han acumulado por lo menos 70 centímetros de nieve. De acuerdo con los pronósticos del tiempo, continuará nevando toda la noche de este sábado, hasta el amanecer del domingo. Y, en esta ocasión, los meteorólogos han estado muy acertados. La perspectiva es la de que tendremos que estar encerrados por lo menos durante tres días, mientras deja de nevar y comienzan a limpiar la nieve acumulada en las calles.

Es la mayor nevada que yo haya experimentado en mi vida, aquí o en Europa. En Londres, recuerdo ahora, nos agarró una nevada fuerte un 23 de diciembre, cuando desde un aeropuerto menor pretendíamos viajar a Roma para pasar la Navidad.

La aerolínea era una de esas que ofrecen pasajes baratos, y poco o nada de servicios. Recuerdo esa noche con espanto porque la comida en el aeropuerto se agotó y tan sólo teníamos agua para distraer el estómago. Finalmente despegamos en la mañana del 24. Afortunadamente,  alcanzamos a llegar, almorzar y cambiarnos para ir a la misa papal en la Catedral de San Pedro. Pero vista en retrospectiva, esa fue una nevada raquítica, si la comparamos con la que en este momento estamos viviendo en Washington, DC.

El paisaje se ve, ciertamente, hermoso, con los árboles y los pinos repletos de nieve colgando de sus ramas. Sin embargo, me preocupa que, como ha sucedido aquí durante otras nevadas fuertes, el servicio de energía falle.  Y hasta ahí llegaría la admiración por los bellos paisajes del invierno. Sin energía, estaríamos  sin calefacción, sin posibilidades de calentar una sopita en la cocina eléctrica y con la comida comprada para la emergencia dañándose en la nevera.

El gobernador del Estado de Maryland, vecino de Washington y donde vivo, nos advirtió que debíamos aprovisionarnos para una semana. Todos, obedientes, corrimos a los supermercados, droguerías y licorerías y agotamos las existencias.

Ayer los estantes de comida se veían tan desocupados como cualquier tienda en Venezuela. ¡Patético!

La nieve y el invierno son una delicia para los niños. Desde mi ventana, los estoy viendo pasar felices, con sus deslizadores a cuestas, buscando las mejores pendientes del vecindario. Los adultos, mientras tanto, están aprovechando unos minutos de receso en la nevada, para palear la nieve de los andenes y las escaleras de entrada a sus casas. Mi esposo, adicionalmente, está tratando de desenterrar el carro que ya casi no se veía. Imagino que su lógica es la de liberarlo, en caso de que tengamos que utilizarlo en una emergencia.

El área de Washington y sus suburbios no está preparada para inviernos y nevadas largos y duros. Los presupuestos de las instituciones con responsabilidades en tareas relacionadas con limpieza de calles, solución de averías eléctricas, y sostenimiento de refugios son bajos. En el caso de la  empresa responsable de la electricidad en una buena parte de los suburbios, que es privada, la preocupación fundamental ha sido la de darle buenos rendimientos a sus accionistas, en lugar de invertir suficiente dinero en el mantenimiento de las redes y  para enterrar los cables del tendido eléctrico. Uno no imagina que ésto suceda en una de las zonas más prósperas del país, vecina de la capital del imperio. Ciertamente, tenemos razones para protestar.

Pero, por el momento, no me voy a quejar más. Más me vale aprovechar que todavía tenemos luz para ofrecerle a mi trabajador marido un almuercito caliente. Y seguir disfrutando, durante las horas de la tarde, del bello paisaje invernal.

Sábado, 23 de Enero de 2016
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