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La familia Rueda Domínguez se ha dedicado durante dos décadas a fabricar ataúdes
El pico más alto de la pandemia afectó a la industria, por las medidas que hacían obligatoria la cremación de los difuntos.
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Ronaldo Medina
Ronaldo Medina
Jueves, 12 de Agosto de 2021

Yudith Rueda Domínguez es una enfermera titulada. Trabajó en la Clínica Medical Duarte, hasta que hace dos años su contrato terminó. Pero no permitió que una puerta se cerrara para siempre, sino que volvió a sus raíces: la fabricación de cofres fúnebres.

El negocio familiar inició hace más de dos décadas, por obra de su madre, Gladys Esther Domínguez, quien durante muchos años vivió de este oficio, hasta su retiro, hace 13 años, cuando Yudith tomó las riendas de la fábrica.

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La idea de dedicarse a la venta y fabricación de cajones fúnebres surgió por una amistad de los Rueda Domínguez, quien, llegado de Bucaramanga (donde se dedicaba al mismo oficio), les planteó el proyecto.

La familia administraba en ese entonces una tienda en el barrio Comuneros, donde hasta hoy continúan viviendo. Sin embargo, la difícil situación económica que los golpeaba en la época los motivó a darle el visto bueno a la idea.

Con actitud entusiasta y un impulso emprendedor, compraron los primeros tablones de madera y poco a poco se hicieron con los elementos necesarios para fabricar los cajones.

Hoy, dos casas unidas comparten un mismo patio para dar vida al taller. Las elaboraciones iniciales fueron ‘panitas’, cajones económicos forrados en tela, y ataúdes estilo americano, los más usados hasta la fecha en los planes funerarios.

Aunque han trabajado desde entonces diferentes modelos y estilos, luego de tantos años de funcionamiento, panitas y americanos volvieron a cobrar protagonismo, pues, por la situación económica que se vive en la ciudad debido a los efectos de la pandemia, son los más solicitados.

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El proceso

Los tiempos cambian y los materiales empleados en muchos elementos también, por eso, cuenta Yudith Rueda, los ataúdes ya no se hacen solo en madera, como en antaño, sino en un material llamado MDF (o fibropanel de densidad media).

El MDF es madera reconstituida, resultado de la descomposición de residuos maderables duros o blandos, que, luego de un proceso en el que lo combinan con cera y aglutinante de resina, termina convertido en tablas.

Dos de los carpinteros que habían iniciado la fábrica junto con Gladys ya han fallecido. Ahora, el señor Miguel Ángel es quien se encarga de moldear los cofres. Era ebanista y carecía de trabajo, pero, luego de una capacitación, aprendió.

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“El cajón y la tapa van en medidas diferentes. Eso se corta, se lijan los bordes donde van las uniones y se van armando. En los tiempos de antes lo hacíamos con puntillas, ahora es con pistola de aire, después lleva colbón”, explicó Yudith Rueda.

Después de salir de carpintería, el cajón pasa a pintura, un proceso en el que se le incluye un sellador. Ese sellador se lija, el cofre se pinta con diluyente o vinilo y se resanan los huecos dejados por las puntillas. Luego vuelve y se lija y se pinta, se decora, se lija otra vez y se le aplica la última laca.

“Por último, lleva un proceso de unos quince minutos de secado. En un mismo día se sacan ocho cajones, pero la pintura es incluso más rápida, en un día se pintan diez”, dijo Rueda.

Lo que más tiempo lleva es tapizar. Yudith aplica un plástico en la parte baja, hace una almohada y forra con tela alrededor. Fabrican desde ‘resteros’, hasta cajones normales, anchos, extralargos y de lujo.

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Afectada la industria

Muchos sectores económicos se vieron afectados por la pandemia, las fábricas de cofres no fueron la excepción.

Aunque las muertes fueron altas en los picos de infección, las restricciones funerarias demandaban la cremación de los difuntos, motivo por el que los cajones eran poco solicitados.

“Incluso lo que más nos ha frenado es que el precio del MDF subió muchísimo. Antes se conseguían las tablas de 1,80 metros por 2,40 a 45.000 pesos, ahora el MDF está en 75.000”, comentó Rueda.

Fue hasta hace poco, una vez se flexibilizaron las restricciones, que los cofres volvieron a solicitarse, aunque no con acabados finos y terminaciones de lujo, sino los más sencillos y económicos: americanos y panitas.

En pedidos esporádicos, algunos cajones tuvieron que hacerlos de un momento para otro, herméticos y con terminaciones sencillas, para muertos por COVID-19.

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Si bien la competencia es alta en la ciudad, poco a poco la demanda ha aumentado, en especial hacia la provincia de Ocaña y municipios aledaños.

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‘No dan abasto’

En fábrica de cofres Shirlu, tres personas son las que se encargan del proceso de carpintería, pintura y tapizado. La demanda de las últimas semanas ha sido tal, que empiezan a las 6:00 de la mañana y terminan a las 8:00 de la noche.

En algunos momentos, Rueda ha pensado en aumentar el personal, pero en Cúcuta son pocos los cajoneros, un oficio que poco a poco ha tendido a disminuir en la ciudad.

“Desafortunadamente vivimos del dolor ajeno. El segundo pico hacia acá nos ha aumentado la demanda y el trabajo”, concluyó Rueda.

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