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Cúcuta
Adelaida, la ‘profe’ que salva niños por amor
La GIZ adecuó la estructura de la casa de esta docente para que la atención a los niños fuera más digna.
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Katherine Villamizar Leal
Sábado, 23 de Junio de 2018

A sus 54 años, edad en la que la mayoría de mujeres docentes ya están a punto de pensionarse en Colombia, Adelaida Parra apenas cumple su sueño de ser educadora por vocación.   

Entre enciclopedias, diccionarios y libros, todos los días recibe en su casa a más de 30 niños de todas las edades que acuden a ella para que los asesore en sus tareas.

Aunque hay muchas personas que usan las asesorías personalizadas para obtener ganancias, Adelaida lo hace por vocación y con apenas su instinto de madre, un tablero y dos repisas que sirven de biblioteca.

Por cuestiones económicas y personales no pudo estudiar una carrera universitaria y el bachillerato lo culminó cuando tenía 45 años.

En su casa, ubicada en el barrio María Teresa, de la comuna 9, recibe desde hace cuatro años a decenas de niños de colegios cercanos a la zona como el Atanasio Girardot, Nuestra Señora de Belén, Pedro Fortoul y Nuestra señora del Rosario.

Las clases las divide en dos jornadas: la primera va desde las 8:00 a.m hasta las 10:00 a.m, porque luego debe dedicarse a los oficios de la casa y a preparase para recibir a los niños de la segunda jornada que llegan a las 2:00 pm y se van a las 4:00 pm.

En muchas ocasiones las asesorías se extienden más de los horarios previstos, y en medio de sus otras responsabilidades, Adelaida no descansa hasta que los niños no completan todas sus tareas.

Cuando empieza la magia de las clases, su casa se convierte en el salón y su comedor en un gran pupitre.

 El único pago que recibe es la satisfacción del deber cumplido a través de los rostros de felicidad que diariamente le dejan los niños al irse.

“Aunque haga sol o llueva, ellos llegan descalzos y con sus zapatos en la mano para que les ayude con las tareas”, dice.

De vez en cuando una que otra madre de familia le regala $1.000 o $3.000 para comprar cartulina o simplemente como señal de agradecimiento, pues los niños han mejorado su rendimiento académico. 

“Sueldo no tengo, por ahí cualquier persona me dice doña Adela tome mil, dos mil, tenga ahí para lo que haga falta, pero el que no, no, igual yo todo lo recibo de buena manera”.

Además de lecciones académicas, Adelaida les enseña a los niños los valores que considera que la sociedad ha perdido en los último años.

Así mismo, este oficio le sirve para tener en qué dedicar su tiempo libre.

“Siento que aún soy útil, y esto me sirvió para dejar atrás esa vida de estar enferma, viendo televisión o haciendo nada”, expresó.

En época de vacaciones, Adelaida no siente el cambio pues los niños siempre van a visitarla. 

Una segunda mamá 

El instinto maternal le brota por los poros; a los niños, sin importar la edad, los trata como si fueran sus propios hijos y no cree en la filosofía de la “letra con sangre entra”.

Sus ‘alumnos’, como Adelaida los llama, siempre le hacen caso y aunque no falta uno que otro inquieto, siempre busca la forma de calmarlos tranquilamente.

“A los que son más inquietos siempre los siento a mi lado, y cuando no, la mejor forma de tranquilizarlos es leerles cuentos, a ellos les gusta cuando yo empiezo a dramatizar”, expresa.

Las madres de los niños se sienten agradecidas con la labor que realiza esta docente empírica pues tienen la plena confianza de que ella los cuida como una segunda mamá, a la vez que les ayuda a mejorar su rendimiento académico.

“Hace seis años conozco a doña Adela, cuando inició con poquitos niños; en ese entonces yo tenía solo dos hijos y desde ese momento los he traído donde ella que de verdad ha sido un gran apoyo. Ahora yo no tengo que estar ahí haciéndoles las tareas”, expresa Ana Zuleima Rubio, una de las tantas madres del barrio María Teresa.

Cooperación Alemana, su gran aliado

La Agencia de Cooperación Alemana, GIZ, descubrió la labor que realiza Adelaida mientras desarrollaba el proyecto de legalización del asentamiento urbano María Teresa. Para ese entonces, Adelaida solo podía recibir a 10 niños porque el espacio en su casa era muy reducido.

Al ver las necesidades con que la docente empírica daba sus clases, GIZ decidió incluir su experiencia en el programa de Integración económica de los desplazados internos y las comunidades de acogida en Norte de Santander (Prointegra).

En ese proceso, GIZ adecuó el espacio de su casa instalando un techo en el antejardín y piso de cemento y propórcionándole algunas herramientas didácticas como un tablero y libros.

En sus primeras clases, Adelaida solo tenía dos o tres libros que le había comprado a sus hijos y con los cuales decidió enseñarles ahora a otros niños. Diana Ramírez, asesora psicosocial del programa Prointegra, manifestó que Adelaida ha generado grandes beneficios al interior de la comunidad, desde el acompañamiento, la orientación y en especial desde la integración local, pues involucra también a indígenas y afros.

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