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Ángel Chirinos: La misión en Cúcuta es aliviar mi dolor

Este venezolano llegó a Cúcuta hace 3 meses con su silla de ruedas, en busca de dinero para comprar sus medicinas.

Boca abajo, así duerme la noche Ángel Chirinos, 31. No se voltea, porque es la única posición en la que tiene menos dolor para las dos escaras en sus glúteos.

Sus piernas no se mueven desde hace dos años, cuando en Coro (Falcón) recibió un tiro en la columna veretebral que lo dejó minusválido

Llegó a Cúcuta hace 3 meses con su silla de ruedas, un maletín y cuatro cambios de ropa. Su misión: hallar los casi 25 mil pesos mensuales que necesita para comprar los dos medicamentos que alivian su dolor.

El techo de la cancha de Sevilla es su casa, sin paredes, donde es cuidado y protegido por el resto de los cientos de venezolanos que le acompañan allí.

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Hay uno, al que llama mi amigo y pana —omite su nombre— que le acompaña en su misión. “Me lleva al río y me ayuda a bañarme, mueve mi silla, me ayuda a moverme por toda la ciudad pidiendo. Es lo único que puedo hacer aquí para comprar mis medicinas y sentir alivio en la columna”.

Dice que en Venezuela hacía cruzadas por varios estados para hallar los fármacos del alivio. Una combinación casi explosiva de tramadol, analgésico que actúa sobre las células de la médula espinal, y una dosis de pregabalina, usado para el dolor neuropático. 

A las 4 am comienza su faena. Su silla de ruedas, único medio de movilidad, ya conoce las calles intransitables de Cúcuta. Ángel recorre el centro pidiendo pesos. Confiesa que se avergüenza, pero igual lo hace.

Era panadero desde los 12 años, en Falcón, donde dejó a su familia, a la que hace seis meses no ve.

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En Falcón también dejó su andar, el 10 de noviembre de 2015, cuando en un ajuste de cuentas, como él dice, le quitaron la posibilidad de seguir en pie. 

Hace 12 días, estuvo en el Hospital Universitario Erasmo Meoz, donde le curaron sus úlceras. 

“Cada vez que me siento en la silla de ruedas, ya quiero que sea de noche otra vez, porque el dolor no me deja en paz. Le pido a Dios que me dé fuerzas, y que las escaras no sigan creciendo... Al llegar la noche siento alivio, y por eso me acuesto boca abajo”, cuenta, mientras dos lágrimas le recorren las mejillas. 

Llegó a la redoma del terminal y los policías lo llevaron hasta la cancha, donde todos le cuidan celosamente. Le toca llegar temprano, luego de su largo día, para encontrar un sitio cercano a la zona de tiro libre de la cancha, donde siente algo de frescura y si llueve no se moja.

Vientres maternales  en la cancha

Entre el tumulto de venezolanos está María Aldana, de 23 años. Su vientre pronunciado la delata, tiene 3 meses de embarazo, sin ningún control médico. Al igual que el resto, su colchón es el concreto de la cancha.

En este espacio conviven al igual que ella otras cuatro mujeres embarazadas. “No me he tomado la primera pastilla de ácido fólico, y eso me preocupa, porque es el deber. Me vine buscando la ropa de diciembre de mi otro niño, de 3 años, que dejamos con el abuelo”, narró.

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Cuenta que a las embarazadas tienen prioridad, como los niños: “en la comida, y cuando hay necesidad de ir al baño”. Pero, confiesa que corren riesgos de contraer infecciones, porque deben prestar baños sin importar la salubridad.

A las embarazadas les “es más difícil hallar trabajo. A quien le dan es porque no se le nota”. 

Keila Vílchez | keila.vilchez@laopinion.com.co

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Miércoles, 13 de Diciembre de 2017
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