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Ciudades con carácter

Cúcuta por su historia debería ser una ciudad defensora acérrima de la iniciativa individual y cautelosa del poder gubernamental.

Las ciudades como las personas son más interesantes entre más muestren un carácter singular. Las ciudades con carácter único se lo transmiten a sus habitantes.

Cuando uno va a Boston, una de las ciudades más cultas de los Estados Unidos y sede de varias de las más importantes universidades y compañías de alta tecnología del planeta, encuentra que en muchas placas de los vehículos particulares se encuentra una inscripción de orgullo por su ciudad: “somos el verdadero espíritu de los Estados Unidos”. 

Sobra decir que la ciudad es hermosa, pero es mucho más que eso, es única. Como Boston hay otras ciudades con sello propio. Es bueno aclarar que cuando hablamos de una ciudad nos referimos a su condición metropolitana, no a una definición con fronteras políticas electorales.

Una de las más connotadas es Jerusalén, la ciudad de Dios, que hoy sigue en la escena política mundial, como lo ha hecho durante los últimos cuatro milenios. 

Es la ciudad religiosa por excelencia, sagrada para las tres religiones del libro, el judaísmo, el cristianismo y el islamismo, en orden cronológico de aparición. 

Pero además ha sido ocupada por todos los imperios del mundo, y hoy es el centro del conflicto árabe-israelí. Y es hermosa en su dureza, aunque su principal atributo es que no hay ninguna como ella.

Otro referente mundial es la capital de cuatro imperios, la ciudad que permitió que Europa fuera una idea con futuro, y definitiva en la historia de Oriente Medio, los Balcanes y Rusia; es la ciudad de tres nombres, que en orden cronológico son Bizancio, Constantinopla y Estambul.

Es la ciudad que vive en dos continentes y que aún hoy es central a la geopolítica mundial. Sus habitantes, los estambulítas, son orgullosos de su ciudad dorada, donde cohabitan Europa y Asia, pero que no es europea o asiática, es solamente Estambul.

Sobre el báltico está asentada la ciudad que dio vida al imperio ruso y le quitó el carácter mongol al estado que unió la Rus de Kiev y la Moscovia: San Petersburgo. Bella, culta, muestra orgullosa su carácter de ciudad que nunca ha sido invadida, como lo registran cinco Arcos de triunfo, incluyendo las derrotas sobre Napoleón y Hitler, así como poseedora de un obelisco que la define como ciudad mártir de la Segunda Guerra Mundial. 

Allí nació la dinastía Romanov, la más importante de Rusia, y sucedieron los hechos que dieron origen al primer estado socialista del mundo. Ser Sanpeterburgues es un honor que se lleva con dignidad, siendo habitante de la joya del báltico.

Roma. 

Roma, la ciudad eterna, capital del mayor imperio de la antigüedad, y sede del centro de la cristiandad, bella y caótica, da perfil a un orgulloso romano; Florencia la ciudad cuna del renacimiento de la civilización occidental, Bombay (hoy Mumbai), la ciudad india por excelencia y confluencia de la diversidad cultural del subcontinente, Shanghai, la conexión de la milenaria china con occidente.

Nueva York, la ciudad más diversa del planeta, con su desorden “funcional” y llamada capital del mundo; Alejandría, mítica capital del imperio faraónico y hoy representante del mundo árabe; las ciudades de las leyendas de las mil y una noches como Bagdad y Damasco, hoy consumidas por la guerra; Londres, la ciudad históricamente cosmopolita; la nueva ciudad-estado de Singapur; o la demacrada Buenos Aires. 

Son todas ellas, ejemplo de ciudades con sello de singularidad que hace de sus habitantes orgullosos del carácter que les imprime. No todas son bellas, y algunas están destrozadas, o tienen grandes problemas ambientales, sociales o económicos, tienen derroteros distintos y orígenes multivariados, pero tienen carácter único y sus habitantes cargan consigo el honor de habitarlas.

Las ciudades imitadoras, como las personas imitadoras, pasan desapercibidas, se invisibilizan y tienen habitantes buscando como abandonarlas. Son la masa que nadie quiere. 

¿La gran pregunta es qué hace a una ciudad única?
La ciudad no es solo su infraestructura, está formada ante todo de las historias individuales y colectivas de quienes la habitan, que se forman a su vez a partir de unas creencias comunes, o mitos culturales, que pueden impulsar una moral común que los ciudadanos están dispuestos a defender. 

Que esas creencias comunes logren hacer una ciudad única es lo que se busca entender. Los jersolimitanos, a pesar de la luchas políticas y religiosas, comparten el valor cultural que su ciudad es sacra. Los bostonianos defienden que ellos son los defensores reales y únicos de los principios de libertad individual que formó su nación.

¿Pero cómo se forma el carácter de una ciudad? Como se forma en los hombres: en la lucha contra él, contra sus debilidades, y en la adaptación a las circunstancias. Lo primero es entender en qué nos hemos equivocado tanto y por tanto tiempo, que ha hecho cultural el atraso en que vivimos. 

Por mucho tiempo vivimos de la suerte que nos dio la bonanza cambiaria, que nos llevó a la informalidad y la ilegalidad como formas de “viveza”, y después compramos el discurso de pedirle todo a los distintos gobiernos, sin esfuerzo de nuestra parte, así eso solo sea seguir hundiéndonos en nuestras limitaciones. 

Hoy los héroes locales son los burócratas nombrados o elegidos en el gobierno nacional, donde acudimos en romería, algo pagana y torpe, esperando que ese si sea el Mesías que nos de lo que creemos necesitar. 

San Petersburgo. 

Jerusalén se construyó en un desierto, San Petersburgo en pantanos; eso no los detuvo. Si seguimos en nuestra tara cultural de la dirigencia de pasar a cada nuevo gobierno, o a cada nuevo burócrata, la lista de mercado de todo lo que necesitamos para que se paguen del presupuesto público nacional, no sólo muestra alguna forma de tara mental, pues durante décadas no ha dado resultado, sino una especie de efecto tranquilizante, pues parece que estamos haciendo algo, aunque sólo sea el famoso síndrome del martillo más grande. 

Claro que es más difícil empezar a planear nuestro desarrollo de forma que nosotros tengamos el control, y no seguir utilizando los reclinatorios; pero hacerlo eso nos dará carácter. Y las soluciones deben corresponder a la realidad del siglo XXI, no a remembranzas de supuestas viejas glorias o a “modelos ideologizados” de sociedad. Adaptarnos a nuestra realidad nos permitirá lograr una mejor visión de ciudad. 

Si miramos a nuestra historia, truncada cuando llegó la Venezuela Saudita, encontraremos que fue en la iniciativa privada donde en el pasado encontramos el camino al desarrollo. 

Emprendedores tanto nacionales como extranjeros hicieron la ciudad que fue importante en el país; no fueron políticos ni burócratas, aquí ni en ninguna parte del mundo, son ellos los que logran el desarrollo. Y lo hicieron a pesar de un terremoto y una guerra civil. 

Es patético ver ese circo romano donde unos “ilustres” locales le piden en un minuto al alto gobierno todo tipo de proyectos, sin unidad de planeación ni visión de ciudad, ni mucho menos estructuración de los mismos ni cierre financiero, en cuyo caso no se necesitaría del gobierno, pues proyectos así se venden solos.

Cúcuta por su historia debería ser una ciudad defensora acérrima de la iniciativa individual y cautelosa del poder gubernamental. No una ciudad donde las bases populares pidan que el gobierno les dé todo, renunciando a cambio a cualquier libertad de acción y a exigir equidad para la competitividad. 

No podemos volvernos como los vecinos que prefirieron almuerzos gratis a una real política de desarrollo.

Forjar el carácter de ciudad solo podrá venir de liderazgos privados jóvenes que tengan claro que sólo abandonando la rogadera al gobierno nacional por que nos haga el desarrollo, y qué jugándosela por hacer un proyecto real de ciudad, lograrán con el tiempo, que la ciudad tenga carácter propio y se distinga de tantas otras ciudades que han vendido, en aras de una ficticia seguridad gubernamental, su singularidad. 

Esa visión socialistoide del estado no es el camino al desarrollo, es el camino a la pobreza eterna. Solo basta pararse en los puentes internacionales y mirar al país vecino. 

Ayn Rand, la filósofa creadora del objetivismo dijo: “No hay diferencia entre comunismo y socialismo, excepto en la manera de conseguir el mismo objetivo final: el comunismo propone esclavizar al hombre mediante la fuerza, el socialismo mediante el voto.  

Es la misma diferencia que hay entre asesinato y suicidio”. Y Churchill escribió: “Ningún gobierno puede dar algo que no lo haya tomado de Usted en primer lugar”.

Vienen elecciones locales y la politiquería volverá a ser el centro de toda discusión, donde se prometerá que se “impulsarán” en el gobierno nacional todos los proyectos de la ya famosa lista de mercado que llevamos a toda reunión con la burocracia nacional, la cual nos habla como a débiles mentales a los que tratan de explicarle porque Cúcuta se “debe marchitar”, como lo dijo algún burócrata de otro gobierno.

El compositor John Cage dijo: “No puedo entender porque la gente se asusta de las nuevas ideas. Yo estoy asustado es de las viejas ideas”. Yo pienso lo mismo.
 

*Por Manuel Guillermo Camargo Vega 
Especial para La Opinión

Sábado, 12 de Enero de 2019
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