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Cúcuta
Conozca el parador de los Martínez
Es un lugar estratégico en medio del bosque y Pozo Azul.
Miércoles, 3 de Febrero de 2016

Cada vez que un grupo de personas pasa por su casa camino a Pozo Azul, en El Carmen de Tonchalá, Pablo Emilio Martínez cuenta disimuladamente el número de visitantes. No es que se crea el dueño del lugar ni mucho menos, simplemente hace el conteo mental para estar pendientes de cuantos regresan, y estar alerta por si necesitan algún tipo de ayuda.

En 38 años que lleva viviendo al pie de la montaña que conduce a Pozo Azul ha ayudado a buscar a decenas de personas que pierden el camino de regreso y auxiliado a aquellos que se quedan sin fuerzas en la mitad del recorrido. 

Incluso él y su familia han pintado en piedras y árboles las flechas que indican el camino hacia el pozo, para facilitarles el trayecto a  los turistas.

Su rancho parece una simple casa en medio del bosque, pero es mucho más que eso. Durante más de tres décadas fue paradero obligatorio de todo aquel que se adentraba a la montaña en busca de las refrescantes aguas de Pozo Azul.

Por unos pocos pesos les preparaba sancocho y cabrito a los turistas, y su nevera siempre permanecía llena de bebidas heladas para calmarles la sed.

Sin embargo, los bajos niveles del agua y  la apertura de un nuevo camino hacia el pozo lo dejó sin comensales.

“Antes se parqueaban a las afueras de mi casa  hasta 80 motos y unos 30 carros, pero la gente se volvió perezosa y prefiere irse por el camino corto, unos kilómetros más arriba de acá”, dijo con tristeza.

Martínez asegura que luego de que abrieran el nuevo camino se perdió la gracia de visitar pozo azul, pues la nueva ruta lleva a los turistas directo  a los pozos en 15 minutos, mientras que para llegar desde el antiguo camino era unos 50 minutos de caminata y contacto directo con la naturaleza.

“Los turistas que se van por la otra ruta se pierden de los pozos de Las Monjas, San Antoñito, y Las Lajas, que no tienen aguas azules pero si cristalinas”, explicó.

A la semana, el número de visitantes que pasan por el frente de su casa se puede contar con los dedos de la mano, y aunque Martínez ya no vende bebidas ni almuerzos les ofrece una silla y un vaso de agua para que recobren las energías perdidas en la caminata.

Aprovecha los 15 o 20 minutos de descanso para contarles historias de la montaña. Cuantas veces ha rescatado gente de ella,  los tigrillos que se paseaban por los alrededores y el tiempo en que un duende perseguía a su sobrino para jugar.

Aunque vive solo, Martínez, quien se ganó la vida como escultor años atrás, asegura que su vida de ermitaño no la cambia por nada, y aunque visita frecuentemente a su familia del barrio Cundinamarca no abandona su casa porque sabe que siempre habrá alguién que necesite su ayuda en el bosque. 

*La Opinión

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