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Cúcuta
Desde los cerros se mueve el delito en el Canal Bogotá
Varias bandas criminales se disputan esta alcantarilla.
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Orlando Carvajal - Periodista La Opinión
Orlando Carvajal
Domingo, 21 de Julio de 2019

Las entrañas del Canal Bogotá son un hervidero pasadas las ocho de la noche. Unos 15 grupos de personas, también llamados entre ellos como parches, se reúnen para consumir bazuco, marihuana, perico y heroína. Lo hacen al aire libre hasta alucinar.

Entre ellos hay ancianos, jóvenes, mujeres y hasta niños de caritas sucias y pies descalzos. Todo lo hacen a la vista de los que pasan por las orillas del canal, incluidos los funcionarios de la alcaldía y la misma policía.

El aire que se respira en las noches a lo largo del canal es pesado. El humo de la marihuana y el bazuco predomina y se confunde con la podredumbre que expelen arrumes de basura y aguas negras que circulan por un canal que se supone es para las aguas lluvias.

Las romerías de habitantes de la calle y drogadictos son más intensas debajo de los casi diez puentes que sirven para cruzar el canal de occidente hacia el sur y hacia el oriente, desde que nace en el barrio Santander hasta que muere en Niza.

La noche atrae al canal no solo a esta población, sino también a los jíbaros al servicio del narcotráfico. También a prostitutas, a gais, a lesbianas y a adictos de buena familia que encuentran en esta alcantarilla de más de15 kilómetros la ‘medicina’ para sus vicios.

Es un territorio disputado, dice Alejandro*, un hombre de 57 años que lideró uno de los parches en el paso del canal por el barrio El Callejón. Él asegura que en los últimos diez años que estuvo consumiendo bazuco y marihuana en ese lugar conoció que dos bandas se disputan el control allí: Los Rastrojos y el Clan del Golfo. Ellos son los que distribuyen, dice.

El canal es, a juicio de Alejandro, el mayor consumidor de drogas del área metropolitana de Cúcuta. En ningún otro lugar se consume tanto bazuco, perico y heroína juntos como allí. Los consumidores son habitantes de la calle, jóvenes drogadictos, prostitutas, homosexuales y hasta eventuales vecinos que acuden allí.

En una noche pueden estar consumiendo al mismo tiempo doscientas personas a lo largo del canal, de ahí lo atractivo del negocio del tráfico de sustancia sicoactivas, dice.

En el pasado, Alejandro estuvo perdido en las drogas en el canal; asegura que era parte de los consumidores y que el negocio detrás del microtráfico se mueve desde los cerros del suroccidente que conectan con el canal Bogotá, y que se encuentran en sectores conocidos como María Teresa, Cerro Pastel, Santander, La Tomatera, Pelelojo, Galán, López y San Rafael.

El canal está estratégicamente conectado con estos cerros de donde baja todos los días la mercancía que se consume en sus entrañas.

Líderes comunales a lo largo del canal Bogotá aseguran que los jíbaros se ubican en los parques y plazoletas cercanas. Muy pocos se arriesgan a penetrar el canal, salvo el tramo que pasa por debajo del centro comercial Las Mercedes, en el que se dice opera una olla hace muchos años.

Floresmiro*, un taxista de Los Patios, asegura que muy a menudo lleva carreras de jóvenes que dicen ir a pegarse una fumadita a ese tramo del canal.

A esa olla acuden los adictos a la heroína. “Uno los ve camuflarse cuando cae la noche y al otro día los encuentra tendidos en los andenes como vegetales, con sus rostros amarillos. Incluso algunos tienen aún las jeringas colgando de sus brazos, en un espectáculo degradante del cual las autoridades no quieren saber nada”, dicen dirigentes comunales que pidieron mantener sus identidades en el anonimato.

El hurto

Detrás del microtráfico se mueven también otros delitos en el canal, como el hurto, el tráfico de armas, la extorsión y el homicidio.

Las autoridades no tienen estadísticas oficiales sobre los casos de muertes violentas en el Canal Bogotá, pero según dirigentes comunales y vecinos, se calcula que en los últimos 10 años unas 60 personas perdieron la  vida con arma blanca y de fuego en riñas y enfrentamientos entre bandas, en su mayoría habitantes de la calle y delincuentes.

La policía en los últimos cinco años ha protagonizado unas cinco tomas al canal en busca de armas y de objetos robados.

No obstante las estadísticas de aprehensiones e incautaciones de armas blancas y de fuego, los delitos siguen encarnados en el canal.

“Todo robo que se produce en el centro o en las casas vecinas es repartido en el canal, no es un secreto”, dice Alejandro.

Para la Policía, el hurto sigue siendo el delito más cometido en Cúcuta, en especial el de celulares, motos y a residencias, lo cual, a juicio de los vecinos del canal, nunca se va a detener mientras no se extirpe el cáncer que se incubó en esta gigantesca alcantarilla.

Testimonios

‘El canal me marcó’

María Francy Smith López, de 50 años, nacida en Buga (Valle), vivió 20 años debajo de uno de los puentes que atraviesa el Canal Bogotá. 

Ella hace parte de un grupo de adultos mayores rescatados por la alcaldía de Cúcuta de las fauces del canal.

“Fue muy duro vivir en ese mundo lleno de toda clase de imundicias, pero igual me tocó. Consumíamos vicio todos los días. Mi compañero aún sigue allá”, relata la mujer.

“Durante mi estadía allá me tocó presenciar muchos muertos por enfrentamienos entre la misma gente que habita en el canal. Por fortuna yo no caí, pero admito que el canal me marcó, porque allá vivía en el vicio”, dijo López. 

‘Viví en el propio infierno’

El día que la alcaldía de Cúcuta rescató a Luddy Esperanza Álvarez Angarita del Canal Bogotá, ella llevaba 40 de sus 60 años durmiendo en sus entrañas, en el pavimento, sobre cartones y colchones viejos que los vecinos arrojaban a esa alcantarilla.

En ese mundo la conocían como La Gomela. Sus días en el canal transcurrían consumiendo bazuco, entre cientos de delincuentes, habitantes de la calle y drogadictos que llegaban al canal a trabarse, dice.

“El canal es lo más bajo a lo que se llega en la vida, es puro libertinaje, vicio, robos, prostitución al aire libre, y ahora se agravó con la llegada de los venezolanos”, recuerda Álvarez.

‘Esto no puede estar pasando’

Elena Daisy Hurtado, de 56 años, llegó al canal procedente de Venezuela hace apenas seis meses. 

“Es difícil y me duele todo lo que pasa en este canal. Está uno junto a la peor degradación del ser humano. Jóvenes que viven solo para consumir drogas”, dice. 

Me parece mentira que todo esto esté pasando ante la mirada cómplice de tanta gente, de las autoridades, agrega la mujer.

Ella y uno de sus hijos que la acompaña viven del negocio del reciclaje, y de lo cual está agradecida porque lo poco que gana le sirve para sostener a su familia en el vecino país.

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