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Cúcuta
Domiciliarios, héroes en la cuarentena
La Opinión  le presenta testimonios de dos inmigrantes, quienes ruedan por toda Cúcuta, atendiendo las solicitudes de los usuarios.
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Sábado, 25 de Abril de 2020

En medio del aislamiento obligatorio, por las desoladas calles de Cúcuta transitan hombres y mujeres en motos y bicicletas transportando productos en sus cajones de colores o cumpliendo con la solicitud de algún servicio de pago; entre ellos decenas de migrantes.

A los venezolanos, como a muchos colombianos, esta actividad informal les está permitiendo generar medios de vida para sobrellevar la cuarentena.

Precisamente, las medidas de prevención para frenar la COVID-19 ha vuelto que sus jornadas sean más largas y ajetreadas, encargándose de todo lo que sea necesario para que el resto de los habitantes permanezca en casa: comprar mercados de comida y medicinas, llevar pedidos de restaurantes, pagar facturas y hasta ‘hacer vueltas’ en bancos de la ciudad.

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Ellos, domiciliarios, mensajeros o mandaderos, como guste llamarlos, hacen parte de las 34 excepciones que el Gobierno Nacional estableció durante esta emergencia sanitaria, por lo que pueden transitar con libertad; pero siempre instando al uso de guantes, tapabocas y gel antibacterial durante sus jornadas.

Hay quienes trabajan con empresas registradas de domicilios. Algunos se afilian como trabajadores independientes en plataformas digitales como Rappi o Domicilios.com. Otros se mueven por cuenta propia, gracias a clientes particulares. Y unos más prefieren parquearse fuera de restaurantes, esperando para entregar algún servicio de comida. 

Por eso, es difícil constatar cuántos actualmente se dedican a esta actividad. Pero lo que sí queda claro es que con su labor cumplen las veces de héroes anónimos que se le miden a un enemigo invisible como la COVID-19 mientras que gran parte de la población se resguarda en casa.

La Opinión le presenta el testimonio de dos migrantes que describen cómo es un día normal laborando por toda Cúcuta.

‘He entregado 50 servicios sin parar’

A las 7:00 de la mañana, Cruz Rafael Marcano Sánchez sale en su moto para atender los primeros domicilios del día, que suelen ser de comida o medicinas.

Trabaja por su propia cuenta. “Me propuse construir mi clientela con precios justos y buen servicio; sin aprovecharme de los clientes ni cobrarles demás. Creo que hasta el momento lo he hecho bien, ya que la misma gente espera que me desocupe de un servicio, para atender el suyo”, comparte el joven de 21 años.

En su agenda se encuentran varios puestos de comida rápida, un restaurante de sushi y dos depósitos de medicinas; además de varios particulares que le solicitan comprar alimentos o trasladar medicamentos. Siempre tiene guantes y tapabocas de repuesto. El alcohol tampoco le falta antes y después de entregar un pedido.

“Entrego domicilios hasta las 8:50 de la noche. En un día he entregado 50 servicios sin parar. A veces me ha tocado llamar a amigos venezolanos y colombianos de otras empresas para que me ayuden”.

Cruz Rafael es de Caracas y llegó a Cúcuta hace dos años. Antes de ser domiciliario, fue ayudante de cocina, empleado en una agencia de pasabocas y hasta tuvo su propio puesto de picadas; pero por un revés del destino, quebró y tuvo que buscar otra forma de trabajo.

Su novia lo motivó a comprar una moto y aunque confiesa que tuvo que prestar a un “pagadiario”, logró saldar la deuda y convertirse en domiciliario. Muchas veces se perdió buscando una dirección y solo le pedía a Dios “encontrar a alguien” que lo guiara hasta el lugar del domicilio.

Confiesa que le gusta llevar pedidos a Los Patios, pues considera que es muy bonito de noche. Con humor asegura que las calles del barrio Zulima son las más enredadas de Cúcuta. 

“Allí toca entrar con GPS y llamar al cliente para que te lleve de la mano hasta su hogar”.

La importancia de los domiciliarios en estos momentos, dice, “es que te brinda el servicio hasta la puerta de tu casa y así detenemos un poco más la propagación del virus”.

‘Pedalear sin tráfico es una sensación extraña’

Una bicicleta es la aliada del administrador de empresas Armando La Mantia en su oficio como domiciliario. Un medio de transporte que califica como “ecológico, que puedes conducirla por sitios inesperados, colgarla al hombro por una escalera y que es una forma agradable de recorrer Cúcuta”.

Este trabajo surgió de forma inesperada, ya que a Armando lo esperaba un trabajo como recolector de flores en la empresa exportadora Sunshine Bouquet, en Bogotá (que tiene un programa de empleo para migrantes y refugiados venezolanos), pero la cuarentena obligó a frenar las contrataciones.

En los paraderos de comida, este migrante de 42 años inicia su faena, justo a las 11:00. “Hasta las 3:00 de la tarde hay mucha actividad. Y de 6:00 a 8:30 de la noche también. Los domingos la jornada es completa porque hay mucha demanda”, dice.

Él adopta a cabalidad las normas de las empresas de domicilios como el uso de tapabocas, guantes y hasta tiene su propio surtidor desinfectante para las manos. “Nosotros somos un enlace vital entre el local y el cliente en estos momentos, por eso antes y después de entregar un pedido, uso gel en las manos, para que vea que nos protegemos”.. 

En estos días de desolación urbana, “transitar con poco tráfico es una sensación extraña”, comenta, porque “por un lado se disfruta la belleza de la soledad y, por otro, el peligro de andar solo”. También lo ha puesto en alerta una situación particular, pero triste: “Hay muchos pájaros muertos en la calle”.

El migrante proveniente de Caracas cree que esto ocurre porque “las palomas pierden el miedo de bajar a recoger migas y los carros aparecen, llevándoselas por delante”.

A las 9:30 llega a la casa en la que vive con sus padres, hermanas, tía y primos. A través de una entrada independiente se dirige al baño, para desinfectarse y seguir las recomendaciones para prevenir el virus.

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