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Jorge Pérez, el hombre que jamás se rindió

El campesino perdió sus piernas al pisar una mina antipersona, pero esto no le quitó su optimismo.

Para estas fechas, en 2014, habían pasado casi 6 años desde que Jorge Pérez, campesino de semblante optimista, contextura media y ojos claros, había perdido sus piernas.

Una mina quiebrapatas lo dejó sin sus extremidades... y sin su mujer.

El de su cumpleaños 42 fue también el primer día del resto de su vida: el 4 de noviembre de 2008 pisó el explosivo que lo convirtió en otra víctima de la guerra y lo obligó a cambiar a su Tibú de toda la vida por Cúcuta.

Parecía que había encontrado consuelo en las prótesis que la Cruz Roja le entregó un año después de la tragedia y de estar atado a una silla de ruedas.

Sin embargo, su situación era apenas sostenible gracias al negocio de alquiler de lavadoras que montó con dinero que le dio un programa del gobierno.

“Me ha tocado aprender a caminar dos veces en la vida: cuando estaba niño y cuando me dieron la prótesis”, dijo.

Hace dos años, la mirada de Pérez era la de alguien que no le deseaba su situación ni al peor enemigo.

Además de la falta de piernas, su compañera sentimental, con la que tuvo tres hijas, lo dejó. Se llevó a la menor, que apenas era de brazos.

“A mí me da cosa con mis hijas, porque dicen, “papito ¿hasta cuándo vamos a estar solos?” Pero, yo no tengo afán... Ojalá encontrara una mujer que me quisiera, y también a las niñas”, dijo la última vez que habló con un periodista.

Entonces, con 8 y 10 años, las niñas eran conscientes de la situación, pero no estaban preparadas para que les preguntaran por su madre. Aquel día, Claudia Patricia lloró al recordarla.

Hoy, al preguntarle por su edad, Pérez dice tener solo 8 años y explica que volvió a nacer luego de la explosión. A sus 50 años, es una de las 8 mil personas lesionadas por minas en Colombia.

La situación en el hogar es notoriamente mejor: la casa está estucada; las niñas, un poco más grandes, pero igual de tímidas, y el negocio de las lavadoras sigue funcionando.

Una moto especial le facilita a Pérez ir por las calles y la vida.

“Las pocas ayudas que me han llegado las he podido administrar, y estoy contento, porque ya tengo en qué movilizarme”, dice.

Hace poco, Yuri, la madre de las niñas, estuvo viviendo cerca por un tiempo. Él estuvo pendiente de que la menor de todas estudiara. Pero, luego de dos meses, la madre se fue de nuevo y otra vez se llevó la niña.

Pérez es miembro Asovivir Norte de Santander, una asociación que aglutina a una docena de víctimas y las representa ante el Estado.

Hoy, entre la Universidad Simón Bolívar y la Campaña Colombiana Contra Minas antipersona (CCCM) dictan talleres para que los mutilados por las bombas tengan asesorías jurídica, social, psicológica y productiva.

Con el pasar de los años, su vida se ha vuelto más tranquila. Por las mañanas lleva a su hija mayor a estudiar, mientras la menor le colabora en las labores, y en la tarde la menor es la que va al colegio, eso con el fin de mantenerse acompañado en la casa.

Trabaja por las mañanas en el negocio de las lavadoras, realiza diligencias en la moto cuando es necesario, se dedica a las labores del hogar en la tarde, camina y le pone pecho a la vida, con la cotidianidad de una persona que ha podido superarse... no se rinde.

De vez en cuando se reúnen los compañeros de la Asociación a compartir como una familia, a contar sus historias, y velar por mejorar su calidad de vida.

La vida de Jorge Pérez no ha sido sencilla, pero la felicidad de tener una vida digna con sus hijas se ve reflejada en su mirada, entusiasmo que enmarca cada una de sus palabras.

“Nunca digamos que no podemos, sí podemos salir adelante, todo es ponerle un poquito de voluntad y con ayuda de Dios se puede salir adelante”, dice.

*Laura Restrepo | Practicante de periodismo en La Opinión

Martes, 22 de Marzo de 2016
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