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Un plato lleno para todos en la invasión La Fortaleza

El comedor de la Iglesia Católica comenzó con 70 raciones. Ahora, con la inmigración, entrega 300.

El calor aprieta. Son las 11.30 a.m. en el asentamiento La Fortaleza (anillo vial sector occidental) y el techo de zinc del comedor Misericordia parece hervir. 

El hambre comprime la panza de Beatriz Hernández y de su hijo, de un año. Lo sienta en sus piernas y con la misma cuchara toma un bocado de sopa para él y otro para ella.

Sudan, pero es mayor la necesidad de tener ese bocado de comida, y aprovechan la vecindad del barrio Nueva Ilusión, cerca a La Fortaleza, para asegurar un plato de comida; para muchos, el único. 

A su lado se detiene la monja Gloria Patricia Celis Villamarín, de la congregación Misioneras de la Nueva Vida: bendice los alimentos y hace una oración.

Frente a ella hay un grupo de seis mesas plásticas, bien limpias, con puestos para 15 personas. Con el primer lote de fichas entran los niños que van al colegio. “Ellos son prioridad: deben ir bien alimentados a clases”, afirma.

En una casa arrendada del lote 13 funciona el comedor a cargo de la Diócesis Católica de Cúcuta. Celis y su hermana de sangre y de congregación, Martha Isabel Celis, de 38 años, organizan las 300 raciones de comida que se brindan de lunes a sábado.

El trabajo comenzó hace seis años, cuando se abrió el espacio para alimentar niños y viejos del barrio, y dar algo de aliento.

Con absoluto orden, en una oficina que improvisaron con dos paredes falsas de lona negra, llevan el registro detallado de quién recibe cada plato, con nombre y apellido, nacionalidad, edad, y barrio.

Durante cinco años y medio el pan diario provino de donaciones de la Iglesia católica, particulares, y las provisiones que buscan cada martes, a las 4 a.m., en Cenabastos, donde reciben ayudas de los comerciantes, que ya las conocen.

Comenzaron con 70 raciones de comida; ahora, con la inmigración, vamos en 300.

A las 11 a.m. se reparten las fichas, y los comensales pasan hasta la cocina, al fondo de la casa. Unos se sientan en la sala, y otros prefieren las pocas mesas de la entrada.

Dos horas y media después culmina la jornada, con ocho voluntarias, madres de los niños que se rotan en la preparación de los alimentos.

Francis Rodríguez, del barrio Brisas Paz y Futuro, es venezolana y dice que las monjas son sus heroínas. “Ellas hacen de todo: nos ayudan con la comida, si hay quienes necesitan una medicina, una ropa, un colchón, ellas ofrecen su solidaridad”, detalló.

El Programa Mundial de Alimentos (PMA), a través de la Casa de Paso Divina Providencia, destina los víveres.

Desde 2018 se construye un comedor propio, para el cual la junta de acción comunal donó el lote, cerca de la iglesia, pero aún faltan suficientes bloques y cemento.

Patricia Celis dice que la experiencia familiar con su hermana, es incomparable, al compartir no solo comida, sino brindar “una sonrisa sincera”, para que los comensales, todos pobres, se sientan valorados.

“Ellos también nos han enseñado que en medio de sus carencias y necesidades, pueden ayudarse unos con otros”. 

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Domingo, 17 de Febrero de 2019
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