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El judo: un deporte mucho más allá de las medallas

El objetivo último de este deporte era alcanzar la ‘perfección’ a nivel individual.

Exhibiendo con orgullo su cinturón rojo, que le convierte en uno de los maestros de judo más grandes de la historia, Ichiro Abe, de 97 años, espera que los Juegos Olímpicos de Tokio no limiten su deporte a una búsqueda de medallas.

“Sobre todo, no debemos olvidar el espíritu original del judo”, insiste este nonagenario mientras calienta en el Kodokan, el mítico recinto de judo en Tokio, antes de una sesión de entrenamiento invernal a las 5:30 de la mañana.

Abe se refiere a las enseñanzas del fundador del judo, al que considera como un ‘dios’: Jigoro Kano (1860-1938), quien desde un retrato en blanco y negro colocado frente al dojo del Kodokan parece mirar con benevolencia a sus herederos.

“Ganar medallas está hoy por encima de todo. Espero que eso sea revisado un poco”, añade el gran maestro.

Para su fundador, el objetivo último del judo era alcanzar la ‘perfección’ a nivel individual, a través de la disciplina y la práctica, contribuyendo así al bien de la sociedad.

Pero Jigoro Kano está también estrechamente vinculado a los Juegos Olímpicos. Fue el primer miembro asiático del Comité Olímpico Internacional (COI) a partir de 1909 y viajó al extranjero para dar a conocer su deporte, abriendo de esta manera la vía a su introducción en el programa olímpico durante los primeros JJOO de Tokio, en 1964.

Pero además, en Japón, su legado va más allá del judo y de los Juegos: Jigoro Kano instauró las primeras clases de educación física en la Universidad de Tokio y fundó la Asociación Japonesa de Deporte (JSPO).

Gran flor 

En su regreso a su país de origen, el judo será probablemente uno de los deportes que mayor interés suscite durante los Juegos en la capital nipona.

Lejos de la dimensión filosófica con el que lo rodean algunos, este deporte es percibido por la mayoría de los aficionados y de los medios japoneses como un medio para aumentar la recolecta de medallas en la cosecha olímpica.

Yasuhiro Yamashita, leyenda del judo en los años 1970-80, y en la actualidad presidente del Comité Olímpico Japonés, se marcó el reto para el país nipón de 30 medallas de oro.

Un objetivo que “puede ser alcanzado, por supuesto”, con la ventaja de tener los Juegos en casa, estimó el antiguo rey de los tatamis, destacando el papel de la selección japonesa de rugby en la pasada edición de la Copa del Mundo, sobre suelo japonés.

Durante la cita olímpica precedente, en Río 2016, los judocas japoneses cosecharon 12 preseas, entre los tres metales, tres fueron de oro.

“Es el año ideal para hacer eclosionar una gran flor. Tenemos que buscar ser los mejores y los más fuertes”, lanzó Kosei Inoue, seleccionador japonés de judo, medallista de oro en los Juegos de Sídney en el año 2000.

Pero en el Kodokan, el responsable de entrenamientos en esta ‘Meca del judo’, Motonari Sameshima, antepone asimismo la preeminencia de la disciplina sobre la mera competición, en la misma línea que el veterano Abe.

“Que ganes o pierdas (un combate) es solo una forma diferente de entrenamiento”, explicó.

Unas enseñanzas en las que podría haberse inspirado la estrella mundial de este deporte, el francés del peso pesado Teddy Riner, doble campeón olímpico. Tras poner fin hace unos días a su impresionante serie de 154 victorias consecutivas en casi una década, el galo afirmó: “Podré trabajar mejor”, ya que la derrota le quitó presión.

Pero pese a sus éxitos olímpicos, Riner, con un sexto dan (grado honorífico en el judo) está aún lejos de la ‘perfección’, comparado con el nonagenario Ichiro Abe, quien lo contempla desde lo alto de su décimo dan.

El kodocan: la ‘meca’ del judo

Se puede pasar por delante sin que llame especialmente la atención. La fachada del Kodokan parece la de otros muchos edificios de oficinas y, a dos pasos, se escuchan los gritos estridentes de las montañas rusas del parque de atracciones de Tokio Dome.

Únicamente la estatua de bronce del fundador del judo, Kano, señala que este edificio aparentemente sin gran encanto del barrio residencial Bunkyo de Tokio es en realidad el Kodokan, la auténtica ‘Meca del judo’, donde apasionados por este deporte de todo el mundo acuden en peregrinación.

Esta es una pequeña guía por este mítico lugar, cuyo nombre significa “lugar de enseñanza del camino”, por decisión de Kano, que quiso esa denominación para insistir más en el espíritu de este arte marcial que en sus técnicas.

Tatamis sagrados 

Es una auténtica sede mundial del judo, con al menos seis dojo para los entrenamientos y los combates, con 1.300 tatamis en total y 150 entrenadores de alto nivel para ocuparse de los alumnos japoneses y extranjeros.

El lugar más santo de este templo está en el séptimo nivel: 420 tatamis permiten la organización simultánea de cuatro combates y hay asientos para acoger a 900 personas.

En uno de los lados, una especie de estrado, con un sillón situado detrás de una pequeña mesa y delante de un gran retrato de Kano.

El personal administrativo no deja de pararse en este punto, para mirar hacia el sillón e inclinarse.

El Kodokan dispone en los dos pisos inferiores de espacios más reducidos, pero especializados: dojo internacional, dojo de las mujeres, de los niños, escolar y uno especial que se alquila para eventos privados.

Disciplina de vida 

Por la módica suma de 800 yenes (6,7 euros), toda persona que practique las bases del judo puede venir libremente a entrenarse aquí con otros judocas y entrenadores.

La condición es que respeten las estrictas reglas del Kodokan y que luzcan un judogi blanco limpio, así como mantener cortas las uñas.

“Lo más importante es no renunciar nunca. Los alumnos deben guiarse con disciplina, cuidando su salud mediante su alimentación y su vida diaria”, dice el reglamento.

El Kodokan es más que los dojos destinados al “randori” o entrenamiento con compañeros elegidos por azar.

Alberga también un gran museo de historia del judo, un restaurante con paredes adornadas con fotografías de campeones y una biblioteca que comprende unas 6.000 obras que van desde libros universitarios a mangas sobre el judo.

El edificio tiene también un centro de acogida para visitantes extranjeros.

En la puerta de entrada se lee un mensaje: “Judoca un día, judoca para siempre”. En el interior hay habitaciones individuales y dobles, así como un dormitorio común para 18 personas. Este lugar tiene especialmente sentido cuando llega el célebre entrenamiento de enero, durante el cual las sesiones comienzan a las 05:30 de la mañana. Los alumnos únicamente tienen que subir las escaleras para comenzar su randori.

Una historia convulsa 

La sede actual se remonta a 1958. Posteriormente se construyó un ala suplementaria, ampliando la superficie total a 2.107 m2, algo muy lejos de los inicios del judo, cuando  Kano comenzó a enseñarlo en 1882. Entonces tenía apenas nueve alumnos en doce tatamis (menos de 20 metros cuadrados) en el templo Eishoji, en el este de Tokio.

Hoy, ese templo se encuentra entre una tienda de mangas y un puesto policial, cerca de una estación de metro, en una animada arteria urbana.

Únicamente una pequeña placa metálica indica que ese es el lugar de nacimiento del Kodokan, donde Kano comenzó a formarse con sus amigos y sus discípulos.

El Kodokan alberga además las oficinas de la Federación Japonesa de Judo y tiene otro papel esencial: certifica los “dan”, el sistema de grados honoríficos de la disciplina. 

Dos veces al año se organiza allí un torneo “Batsugun”, que permite a los vencedores sumar en la escala de los dan.

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AFP
AFP
Domingo, 23 de Febrero de 2020
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