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La noche que Figueroa lloró y sonrió

Un día antes de acudir a la competencia, el campeón olímpico estaba fuera de su división por tener 400 gramos más en su peso.

Veinticuatro horas antes de que Óscar Figueroa conquistase el oro en los Olímpicos, estaba 400 gramos arriba del peso límite de la división de los 62 kg. Tras pasar por un sauna y consumir una muy liviana ración de alimentos, subió al sexto piso del edificio 29 que ocupaba Colombia en la Villa Deportiva de Río de Janeiro y sin mediar palabra con quienes compartía la habitación 603 se encerró y se acostó.

Con los primeros rayos del sol, Oswaldo Pinilla, el entrenador que le dio el toque a la carrera del deportista, pasó por la pieza de Figueroa para cumplir con el ritual del control al peso. Había tensión, era mucha la responsabilidad que recaía sobre él en el manejo del haltero. Igual, el levantador sentía la presión de ser favorito.

Una medalla se puede perder por un gramo de más. De ahí que todo el día estuvimos pesándolo hasta tener la certeza de llegar al oficial, dos horas previo al evento, sin problema, siempre por debajo del límite”, cuenta Pinilla.

Fueron tres controles

El segundo a la una de la tarde y el último a las cinco. Paulatinamente se bajaron los 300 gramos con que amaneció ese lunes 8 de agosto de 2016.

El calentamiento y los ejercicios permitieron que Óscar llegara tranquilo, así Pinilla sintiera que, en el fondo, tenía la preocupación de abrir la participación de Colombia y, a la vez, seguir creyendo en sus condiciones para ganar, secreto que solo ellos dos habían compartido en cuatro años.

“Comió poco, solo algo suave al mediodía, diría que casi nada, porque estaba 100 gramos arriba, e incluso hasta después del pesaje. A las 3:00 de la tarde dimos el peso. Entonces supimos que estábamos de frente a la gran posibilidad de ese esquivo oro”.

El pabellón 2 de Riocentro fue el siguiente escenario. Primero, el duelo en la pesa que superó a las 5:00 de la tarde cuando dio 61,86 kg y marcó el inicio de una noche inolvidable. Segundo, el juego de la estrategia, como si se tratara de un tablero de ajedrez.

“Las dos horas que tuvimos para efectuar la recuperación fueron vitales, porque jugó un papel importante la parte médica para estabilizar al atleta”.

Luego, y mientras el coliseo se empezaba a llenar, Pinilla y Figueroa entraron a la sala de calentamiento. Óscar, sin hablar y mirando siempre al piso para evitar desconcentraciones, tuvo un insuperable control mental.

“Fue increíble porque había llegado con una gran responsabilidad y con la incertidumbre de si lo afectaría el tiempo de recuperación -6 meses- que tuvo de la última cirugía que le practicaron y muchos, incluso, pensaban que no llegaría en buen estado. Nosotros teníamos confianza en que todo saldría bien”.

La hora llegada

Previo a la competencia cada pesista y su equipo se reúnen para establecer las pautas y los pesos a alzar; sin embargo, en esta ocasión, el diálogo fue más motivacional.

-Óscar, le dije, llegó el momento, esta es la oportunidad por la que estás aquí y se ha trabajado duro, es hora de tirarla toda, no vamos a dejar nada en este camerino, vinimos a quedar campeones, a ser medallistas de oro y no podemos dejar pasar la ocasión.

-Profe, vamos para las que sea. Vine a tirarla toda, no ha cambiado nada en mí, me respondió, dio la vuelta, se sentó, no volvió a hablar.

El duelo era con el indonesio Eko Irawan, el chino Lijun Chen -campeón mundial-. La estrategia funcionó desde el primer momento.

“Mientras ellos apuntaron a un inicio con pesos elevados, nosotros lo hicimos con uno bajo. Reportamos una salida de 130 kilos; el indonesio lo hizo con 142 kilos y el chino respondió con 143 buscando que nos enloqueciéramos; pero no caímos en la trampa y solo subimos a 137”. Lo hicieron también pensando en sacarle una buena ventaja al colombiano en la modalidad del arranque a sabiendas de que su fortaleza está en el envión en el que, incluso, posee el récord olímpico (177 kilos desde Londres-2012).

Lijun no pudo y se blanqueó al fallar dos intentos y lesionarse en el tercero. Irawan corrió suerte parecida porque solo alzó los 142 en los tres ejercicios. Figueroa, entonces, en cambio, hizo 142 aunque con un fallo en su tercera aparición a la tarima queriendo subir 145.

Igualados en el arranque y con el chino fuera de carrera, la división se definiría en los tres movimientos del envión. “Con un panorama tan favorable, respiramos con tranquilidad aunque sabíamos que no podíamos bajar la guardia. Pensábamos salir con 175 pero preferimos ser prudentes y pedimos 172. El indonesio apenas lo hizo con 170 y no pudo pasar de ahí porque Óscar le puso el reto en 176, un peso infranqueable y que nos permitió, en ese momento tener la certeza que ya éramos campeones”.

Figueroa quiso refrendar su actuación con 179 que sería récord olímpico, pero el sentirse ganador un intento antes le impidió redondear la faena.

“Ya eres campeón”, le gritó Pinilla desde la sala de calentamiento. Entonces Figueroa soltó la pesa y estalló en llanto, mientras las cámaras de la televisión lo enfocaban y la pantalla luminosa se prendía para anunciar el registro final de la división de los 62 kilogramos: 142 en arranque-176 en envión-318 en total (medalla de oro), con 6 kilos de ventaja sobre el segundo (Irawan, 142-170-312) y 13 sobre el medallista de bronce, el kazajo Farkhad Kharki (135-170-305).

Luego sería el ritual. Mientras lloraba se arrodilló frente a la palanqueta, y -como si fuera un boxeador que cuando se retira cuelga los guantes-, se quitó lentamente las botas, las puso a un lado -dando a entender su adiós- y besó los discos. Extendió los brazos y le dio un apretón a esa gloria invisible que luego de muchos años lo premió con lo que le faltaba: ser campeón olímpico.

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Colprensa
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Sábado, 12 de Agosto de 2017
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