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Los rugbistas que quieren cambiar una favela de Brasil

Este deporte se ha convertido en la alternativa más efectiva para alejar a la juventud de la violencia y la drogadicción.

Los niños y niñas que corren en un campo polvoriento de una favela de Rio de Janeiro podrían estar en cualquier otro lugar de Brasil, si no fuera porque persiguen una pelota ovalada.

Puede que el fútbol sea el rey en la tierra de Pelé, pero en el Morro do Castro, barriada pobre de Niterói, un suburbio de Rio, la pasión pasa por el rugby.

Claro que no es Twickenham o Eden Park. La cancha ni siquiera se acerca a las que tienen las escuelas en Australia, Gran Bretaña o cualquier otro país con tradición en ese deporte.

Las camisetas de los jugadores son disimiles y algunos están descalzos. No hay postes, el césped es desparejo y si la pelota es pateada lejos cae en una alcantarilla.

Aún peor es cuando estalla uno de los frecuentes enfrentamientos entre la policía y los narcotraficantes. En esos casos, los chicos huyen para protegerse detrás de un muro de cemento que colinda con el campo.

Pero al rugby se juega en serio.

Dos docenas de jóvenes corren y se pasan la pelota con las manos mientras practican jugadas coordinadas.

Y cuando hacen el haka, la legendaria danza de guerra maorí que popularizó la selección de Nueva Zelanda, la pasión aflora.

Al finalizar el entrenamiento, Lucas Aquino Chagas, que a sus 17 años es capitán de uno de los equipos, sonríe bajo su peinado rasta.

Con una población de 207 millones de habitantes, Brasil tiene apenas 16.000 rugbistas registrados, a años luz de la cantidad de futbolistas que sueñan con ponerse la “verdeamarela” de la selección para emular a Neymar.

Pero Lucas tiene otro anhelo: “Jugar para los All Blacks”, afirma, usando el apodo del poderoso conjunto neozelandés que manda en el rugby global.

Tackle a la vida

El hombre que trajo el rugby a este rincón pobre, tropical, aletargado y a veces peligroso se llama Robert Malengreau.

Mitad británico, mitad brasileño, Malengrau se graduó en la Universidad de Oxford y a sus 28 años tiene un pasado de rugbista amateur de buen nivel en Inglaterra.

Amante de su deporte, la tragedia de las favelas de Brasil, a menudo controladas por narcos y olvidadas por los demás, lo llevó a concebir un plan ambicioso, que va más allá de entrenar chicos.

Lanzó la ONG UmRio (Un Rio) cuatro años atrás, con la idea de que un deporte tan ajeno como el rugby podía sacudir las cosas también fuera del campo de juego.

“Es una puerta de entrada”, afirma.

Para probar su teoría, se asoció con la escuela de Morro do Castro, una comunidad a la que describe como “abandonada” por el gobierno, y empezó a enseñar rugby y a pasar un mensaje que espera ayude a construir una nueva forma de vida.

Jugadores de todo el mundo, incluidos de las universidades de Oxford y Cambridge, viajaron para ayudarlo.

Junto con el rugby llegaron médicos locales para ayudar voluntariamente a mejorar la salud de los 6.000 habitantes de la barriada, que tiene un solo dentista.

Cursos de inglés y la guía de maestros brasileños y extranjeros contribuyen a una formación que excede el aprendizaje de una buena técnica de tackle.

Donaciones de las universidades británicas de Oxford y Cambridge esparcieron sus tradicionales camisetas azules y celestes en la favela y un mensaje simbólico de apertura al mundo.

“Son Oxford y Cambridge diciendo ‘tenemos las puertas abiertas para ti’”, afirma Malengreau.

Franklin Cruz, un chico menudo y negro de 14 años, es uno de los 400 participantes del programa. Como habitante de la favela creció acostumbrado a que no se esperaran grandes gestas de él. Pero la aventura del rugby, dice, lo ilusionó.

“¿Por qué no podría ser arquitecto, doctor o abogado?”, se pregunta.

Rugby playero

Malengrau relata que fue extraño cuando apareció en el lugar acompañado de cinco gigantescos jugadores de Oxford y una bolsa de pelotas ovaladas.

“Nunca había oído del rugby en mi vida”, dice Chagas, recordando que sus amigos futbolistas se sorprendieron cuando les dijeron que la idea era no patear la pelota.

El rugby es un juego donde el equipo importa más que en el fútbol y su cultura es respetar a rajatabla al juez.

En un torneo escolar reciente -de la modalidad “touch”, en la que alcanza con tocar al rival para detener su acción-, la favela llevó dos equipos a un barrio acomodado de Niterói.

Uno se coronó campeón, luciendo la casaca rayada de Cambridge.

Para Janaina Trancoso, una madre de 40 años que tiene a su hija en el programa, hay otras victorias más importantes: “Con el tiempo van a conseguir darse cuenta de que el mundo es grande y hay muchas otras posibilidades”.

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AFP
AFP
Domingo, 22 de Octubre de 2017
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