Uno de los cambios más notables que introdujo el desarrollo de tecnologías en el periodo de la primera Revolución Industrial, a mediados del siglo XVIII, fue una nueva dinámica laboral, en la que cada vez más empleados se desplazaban a los centros de las ciudades para laborar; no solo a las fábricas industriales, sino también a los edificios de oficinas diseñados para alojar trabajadores.
A través de sus construcciones, las compañías reflejaban su influencia. Esto no solo sucedió en las grandes ciudades del mundo, como Londres o Nueva York pues, a nivel local, se empezaron a erigir torres icónicas, como el edificio de Avianca en Bogotá, o el de Coltejer en Medellín.
Sin embargo, la llegada de internet y la acelerada democratización de las herramientas de conectividad revolucionaron la manera de trabajar.
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La masificación de las herramientas TIC en el ámbito laboral no solo introdujo cambios en la productividad de los trabajadores y la concepción de cultura corporativa, sino que también cambió la configuración de las oficinas, donde cada vez más priman el diseño funcional, la flexibilidad y la apertura de los espacios para fomentar la colaboración, en contraposición a los tradicionales edificios de concreto y los lugares cerrados.
Pero el internet, además de inducir esos cambios, generó la posibilidad de trabajar desde cualquier lugar del mundo con conectividad.
El panorama, entonces, es mucho más contrastado y no puede afirmarse categóricamente que asistimos al ocaso de las oficinas. Estas, más allá de un edificio físico, son también espacios de interacción, socialización y colaboración, que son herramientas fundamentales para la construcción de una cultura corporativa, la generación de un sentido de pertenencia hacia la empresa y la integración de los distintos equipos de trabajo.