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Editorial
Aguas abajo
Mucho menos cierto es que los efectos del atentado no hayan llegado a Venezuela, porque al lago de Maracaibo tendrán que llegar los peces muertos.
Domingo, 1 de Octubre de 2017

El ministro Luis Gilberto Murillo, responsable del medioambiente, parece que pudo dormir en paz, luego de sobrevolar la zona del Catatumbo afectada por el anfo y la dinamita terroristas contra el oleoducto. Es la deducción que se hace de sus palabras según las cuales “ya no tenemos la mancha, se ha hecho la limpieza total y no pasó a territorio venezolano”.

Lástima que no se pueda compartir la tranquilidad del ministro, puesto que —y él lo sabe mejor que nosotros, los profanos— no es que no tengamos la mancha del petróleo crudo derramado, sino que a la altura del helicóptero no se ven los rastros en las riberas; y tampoco cabe lo de la limpieza total, porque ella es imposible, y más, cuando al petróleo se le permitió correr 107 kilómetros aguas abajo, hasta el único puesto de control.

Mucho menos cierto es que los efectos del atentado no hayan llegado a Venezuela, porque al Lago de Maracaibo tendrán que llegar los peces muertos, las especies vegetales destruidas, en fin, todo lo que resta cuando solo se recoge el aceite. La muerte va por debajo.

Pero, a propósito de la referencia ministerial a Venezuela, sería oportuno que desde el alto gobierno alguien, el ministro Murillo, por ejemplo, responsable del asunto, nos pusiera al tanto a todos los colombianos de lo que se le responderá al vecino país cuando reclame por todas las toneladas de podredumbre que le enviamos cada día ríos abajo.

El mundo sabe que el agua, si no es ya, será muy pronto el principal motivo de disputa de los pueblos. Y si algo estamos haciendo, principalmente en Cúcuta pero también en muchas regiones del país, es subestimando las acciones de conservación y defensa de nuestras fuentes hídricas, lo que tarde que temprano, nos pasará cuenta de cobro.

Estas líneas preocupadas no tienen una coma ni de dramáticas ni de exageradas ni de ser la expresión de temores infundados, como pudieran parecerle a alguien. Es que, de acuerdo con estudios locales, solo los cucuteños arrojamos 722 litros de aguas negras cada segundo solo al río Pamplonita. Y nadie está haciendo nada realmente efectivo para evitarlo, ni siquiera Corponor, que solo atina a culpar a los curadores.

Es decir, en el Lago de Maracaibo descargamos cada día una cantidad de porquería equivalente a 1.663 carrotanques de 10.000 galones. Y así, cada día del año, todos los años. 

Y algo parecido ocurre con el limítrofe río Táchira. Y ni qué palabras decir sobre la monstruosidad que la quebrada La Tonchalera le hace al río Zulia exactamente cuando las dos corrientes se encuentran bajo el puente Ospina Pérez. En ese caso, no hay curador para culparlo por lo que le corresponde hacer a la autoridad ambiental y no hace: administrar los recursos naturales de su jurisdicción.

En verdad, es necesario hacer conciencia de lo que le estamos haciendo a Venezuela, ya que no la hemos hecho sobre lo que nos hacemos nosotros mismos. Y sin excepción, las autoridades ambientales deben asumir ya su responsabilidad. Es necesario que en cada despacho haya una aerofoto de Aguas Muertas, el lugar del Lago de Maracaibo donde el río Catatumbo deja nuestro obsequio permanente.

Se ha llegado a una situación en la que nos debe importar no tanto lo que va aguas abajo sino en lo que nos corre pierna arriba.

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