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Editorial
Calma en la tormenta
Debemos esforzarnos por no permitir que nuestra reacción brinde a los terroristas todavía más satisfacción.
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Martes, 22 de Enero de 2019

El terrorismo es el lenguaje de moda en el mundo. Es un lenguaje violento con el que, siempre minorías ínfimas, intentan difundir un mensaje, por lo general religioso o político, en busca de un reconocimiento que se ha hecho imposible, por la razón que sea.

El atentado del Eln en Bogotá fue un acto terrorista de la mayor gravedad, detonante de situaciones bélicas y políticas imprevisibles, y, aunque esa guerrilla se niegue a admitirlo, un mensaje claro y definitivo de que, contra sus discursos, la guerra es su primera opción.

A partir de la explosión, Colombia se volvió a sumir, como durante décadas, en la incertidumbre y en la duda, y en el comprensible miedo creciente. Estos son objetivos, siempre, del acto terrorista.

Significa que el Eln logró un objetivo obsceno y demencial, porque el otro, el principal, de llevar a la gente a presionar al Gobierno a sentarse a negociar los términos de un proceso de paz, no lo obtuvo, al menos por ahora, por decisión que, la lógica y la historia lo dicen, podría no ser definitiva...

En medio de la barahúnda surgida por el atentado, como nunca antes había sucedido, el país se sumió en un océano profundo y tormentoso de versiones sobre lo sucedido, todas divergentes, todas imprecisas, por razón del uso indiscriminado de los novísimos medios de comunicación del universo digital.

La primera consecuencia fue la de crispar a la sociedad, que pasó del deseo de informarse a la ansiedad descontrolada por recibir y difundir información, en un torbellino de versiones y contraversiones que arrolló, y que contagió incluso a medios tradicionales: diarios, radios, canales de televisión, que contribuyeron, sin proponérselo, a distorsionar mucho de la realidad.

Pero, además, el apresuramiento de autoridades del Estado por detallar lo sucedido, sin ninguna evidencia, lo único que trajo fue entregar un largo rosario de errores e imprecisiones cuyas consecuencias aún no terminan.

La crispación social y la frustración de muchos, que buscaban por todas las formas posibles convertir lo sucedido en un factor para reivindicar los nombres de personajes y organizaciones políticas, con discursos comprobadamente fracasados y trasnochados, se reflejaron también en los medios.

Algunos medios no guardaron la calma sugerida por expertos en terrorismo, e incluso se llegó al mimetismo con las fuentes, que tanto se critica, hasta el punto de usar términos verbales que no significan lo que se cree que significan, pero que hacen carrera en busca de legitimar acciones.

Es necesario guardar la calma. Reflexionar antes de expresar una opinión. Al respecto, vale recordar las palabras prudentes de la superespía y superpolicía Stella Rimington, exdirectora nada menos que del británico MI5: “...la manera más eficaz de desbaratar los planes de los terroristas es negarles la publicidad que tanto anhelan. Esto no se puede hacer. Pero en sus reacciones públicas los políticos deben usar palabras de desprecio en lugar de la retórica de la venganza. Toda retórica sirve a los fines de los terroristas, pero hablar de venganza engendra aún más odio en un círculo sin fin. Cuando un atentado terrorista tenga éxito, debemos esforzarnos por no permitir que nuestra reacción brinde a los terroristas todavía más satisfacción que la que sienten por la muerte y la destrucción que causan”.

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