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Editorial
Ciudad hostil
A propósito de las aceras, es imposible encontrar en Cúcuta dos que sean por lo menos parecidas. 
Miércoles, 19 de Septiembre de 2018

Ojalá fuera la última. Pero no es la primera ocasión que se argumenta que es Cúcuta una ciudad hostil para los discapacitados. Y la abulia oficial es muchas veces más poderosa que la voz de las personas para las que la ciudad es abierta y definitivamente hostil para todos. 

Desde luego, siempre ha sido así. Por lo mismo, hay que señalar a todas las administraciones locales como responsables de que la ciudad sea enemiga de sus habitantes. Lo ideal, sin embargo, sería que, a partir de ahora, o al menos esta, se quite esa etiqueta de inmisericorde con las personas que tienen más dificultades y limitaciones que las demás. 

Cúcuta es un abigarrado, caótico e inmenso pesebre con calles algunas mal trazadas, y peor conservadas, limitadas a lado y lado por andenes inverosímiles —su altura es, a veces, como de segundo piso—, sin señales para los ciegos o los sordos, con las acercas copadas por comerciantes legales e ilegales, y con gradas porque sí o porque no, con autos, motos y tenderetes atravesados, y en la única ruta para los minusválidos, e incluso para las personas que pueden defenderse solas, la calzada de autos, obvio, repleta de vehículos desbocados y casi sin control. 

A todo esto, hay que añadirle un problema más complicado: condiciones de minusvalía afectan a los concejales y a los funcionarios del Ejecutivo, pues ni ven ni oyen ni sienten que la ciudad es terrible enemiga frontal de por lo menos 10.000 conciudadanos que tienen dificultades físicas. Desde acá retamos a que cualquiera de los 19 concejales intente ir, en silla de ruedas, hasta el despacho del alcalde, por ejemplo, para no hablar de todas las dependencias municipales, aisladas del público por verdaderas fortalezas. O que el concejal pretenda recorrer varias cuadras por las aceras de La Playa, desde luego, sin ayuda de nadie, como les corresponde a las personas que, por desgracia, se ven obligadas a hacerlo. 

O que se ponga una venda en los ojos e intente cruzar una calle por donde se debe hacer, es decir, por el paso de cebra de la esquina, sin pedir ayuda a nadie. Tal vez logre el objetivo, pero no será sino el resultado de una extraordinaria buena suerte, no de las facilidades que le pueda brindar el Estado, como en sociedades donde realmente hay solidaridad. 

A propósito de las aceras, es imposible encontrar en Cúcuta dos que sean por lo menos parecidas, por no decir iguales, como deben ser, y como son no solamente en algunas ciudades, sino en países, donde todas las aceras tienen igual estructura, están construidas con los mismos materiales e iguales especificaciones, y dotadas de señales especiales y permanentes en el piso para que, por ejemplo, un invidente pueda caminar por allí sin problemas. Y las construidas por contrato municipal, no sirven para que alguien pueda recorrerlas en silla de ruedas, pues las plataformas para facilitar el acceso fueron mal construidas, y el Municipio desde siempre guardó silencio. 

Y lo sigue guardando, pese a las reiteradas quejas de las asociaciones de minusválidos. 

Definitivamente, arquitectónicamente hablando, Cúcuta es enemiga de sus gentes…

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