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Colombia y la Dea

La corrupción enquistada en lo profundo de todas las esferas del poder no permite obtener resultados como los logrados por la Dea.

Desde finales de los 60 —nació en 1968—, la archifamosa Agencia de Control de Drogas de Estados Unidos (Dea, sigla de Drug Enforcement Administration) ha tenido que ver, y mucho —tal vez demasiado—, con Colombia, mucho más que con cualquiera otro país del mundo, con la excepción, quizás, de México.

Es la Dea, como toda entidad secreta estadounidense Unidos, un organismo omnipotente, omnipresente y omnisciente que trabaja en las sombras, el escenario perfecto donde se mezclan la defensa de la ley, la corrupción y la política en el más espeso, misterioso y vergonzoso de los secretos internacionales.

Por esta razón, es imposible saber si es eficiente. Porque eficaz sí lo ha sido, al menos en Colombia, aunque no lo suficiente como para afirmar que es el ejemplo en ese campo. El hecho de que por su acción hayan sido duramente golpeadas las más poderosas mafias de narcotraficantes del planeta, carteles de Cali, Medellín y del Norte del Valle, junto con redes más pequeñas pero igualmente peligrosas, no significa que haya neutralizado el narcotráfico en esta parte del mundo. Ni en otra.

Por lo contrario, la acción de la Dea, que siempre va por las cabezas, visibles o no, de las mafias, a las que puede mostrar como trofeos de guerra, pero no por las organizaciones mismas, ha derivado en un fenómeno curioso: de cada organización que ataca y descabeza, surgen tres o cuatro más, con los segundos convertidos en los nuevos jefes, que perfeccionan el know how de un negocio que jamás se detiene.

De todos modos, la Dea le ha permitido a Colombia demostrar que sí lucha, y de manera decidida, contra el tráfico de drogas, y los gobiernos la han tolerado y hasta defendido, pues sin esa agencia no tendrían quién haga la parte fundamental del trabajo sucio implícito en toda guerra.

En el caso de Colombia, la corrupción enquistada en lo profundo de todas las esferas del poder no permite obtener resultados como los logrados por la Dea. Otra cosa es que, de alguna manera, se esté supliendo una corrupción con otra.

Porque los métodos de la Dea son repudiables. Para esta agencia, todo vale, porque el fin justifica los medios. Esto explica el hecho de que muchas reglas que a los investigadores colombianos les están vedadas, para los de la Dea no existan: se infiltran donde sea, sobornan, amenazan, presionan, manipulan, extorsionan, y si es necesario, como se ha dicho, matan. Hacen pactos con quien seas necesario, y los rompen cuando quieren.

En México, la Dea pactó con el cartel de Sinaloa, con Joaquín ‘El Chapo’ Guzmán e Ismael ‘El Mayo’ Zambada, otorgar inmunidad a todo proceso judicial en Estados Unidos a cambio de información sobre carteles rivales. El pacto se supone vigente y ‘El Chapo’ está preso en Nueva York. Su proceso se acerca.

De todos modos, sin la Dea y sus prácticas y métodos atrabiliarios, la historia de Colombia sería otra y la posibilidad de que este fuera un narcoestado, con las mafias en el Gobierno, hubiera sido múltiples veces más posible que hoy.

Para los gobiernos —y para la democracia misma—, la Dea es una especie de mal necesario.

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Jueves, 12 de Abril de 2018
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