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Editorial
Como decíamos ayer…
Ayer decíamos también, y hoy lo repetimos, que los programas de sustitución de cultivos están a punto de fracasar.
Martes, 6 de Febrero de 2018

Siempre ha sido agradable tener al Presidente de la República en Cúcuta, y más en momentos como este en que es posible reanudar un dialogo suspendido por razón de la cortedad del tiempo en visitas anteriores.

Usted, señor presidente Santos, ya lo sabe, pero creemos absolutamente necesario, a la manera de Fray Luis de León, repetir que, como decíamos ayer, es muy compleja la situación de la zona fronteriza, por causa de informaciones inexactas, de intereses políticos, y tal vez de olvidos, voluntarios o no, de quienes deben decidir sobre la manera de solucionar los problemas.

La llegada masiva de venezolanos —aunque la canciller Holguín no considere preciso el término—, pero en especial de los 15.000 que cada mes se quedan en este país, quizás para siempre, es un factor que ha impactado de manera importante la vida en las poblaciones de frontera.

Violencia e inseguridad callejeras, saturación de servicios elementales como salud, educación y transporte intermunicipal, invasión incontenible del espacio público, desplazamiento de mano de obra local, indigencia indignante, prostitución, niñez en riesgo, mendicidad, enfermedades, entre otras situaciones, son factores de descontento y de inquietud en la sociedad, ansiosa por soluciones que no aparecen.

Pero no solo se trata del fenómeno migratorio, traducido en una ingente masa de extranjeros que tienen a Cúcuta, Villa del Rosario, Puerto Santander y Tibú como sitios de paso sin control alguno, ni siquiera fitosanitario, que han hecho su modo de vida del microcontrabando de todo lo posible, en detrimento de los productores colombianos y sus economías.

Ayer decíamos también, y hoy lo repetimos, que los programas de sustitución de cultivos de uso ilícito están a punto de fracasar, porque las promesas estatales no se materializan, y los campesinos no obtienen lo que antes les daban sus cocales.

La zona rural de Cúcuta —y esto tampoco es nuevo— es muy difícil para los campesinos, que cada día enfrentan el riesgo de ser blanco de las acciones de varias bandas criminales, restos del paramilitarismo, que anidan en corregimientos y en veredas principalmente del norte de la ciudad.

Allí hay presencia militar y policial, pero no hay confianza de los campesinos, que de manera velada, pero reiterada, denuncian connivencia entre los agentes del Estado y los delincuentes.

No hay necesidad de volver sobre el asunto de que Cúcuta es una de las dos ciudades con mayor desempleo de Colombia, ni de que es la que más informalidad sufre, con cifras de más de 60 por ciento. Lo peor de este problema es que todavía no ha habido una acción oficial, al menos incipiente, para superar los fenómenos.

Desde su última visita, nada diferente de un grave deterioro ha ocurrido con las carreteras y con los puentes como el Mariano Ospina, cuya vida útil se cumplió hace rato.

En fin, son tantos, los otros asuntos pendientes…

Uno, el más inquietante, por lo ofensivo y por la impotencia que genera entre los ciudadanos, como lo sabe de anteriores visitas, es el problema de la corrupción oficial, que se traduce en que, como lo reconoció el procurador Fernando Carrillo, tiene unas raíces profundas contra las cuales poco o nada se ha logrado por estos lados.

No esperamos respuesta inmediata, señor presidente, pero sí una efectiva. Y, mientras llega, tenga usted una buena permanencia en Norte de Santander.

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