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Editorial
Consenso sin consenso
Quizás la postura correcta sea la de dejar que Venezuela resuelva los problemas venezolanos.
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Jueves, 1 de Junio de 2017

Así sea solo para la galería y sin estar presente, Venezuela obtuvo un triunfo, pírrico, pero triunfo, ante las pretensiones del secretario de la Organización de Estados Americanos (OEA), el uruguayo Luis Almagro, de pretender aislar a Caracas de la esfera continental en una reunión a la que asistieron casi todos los países miembros. Casi todos.

Luego de una tarde en la que se debatió hasta el cansancio qué deben hacer los países del Hemisferio para lograr a que Venezuela supere su crisis política, el canciller de México, Luis Videgaray, sintetizó lo ocurrido: “Hemos construido una ruta, construir consenso. Lo que acordamos es que nos vamos a poner de acuerdo”.

Fue como dijo la canciller venezolana, Delcy Rodríguez: “llegaron con su plan de intervención a buscar un consenso y el único consenso es que no hay consenso”. Es decir, lo mismo de Almagro, pero reforzado con la intensa ironía y la dura burla de la diplomática.

Así, por lo menos en las próximas dos semanas, la diplomacia se moverá en silencio. Pero no solo del lado de los países que quieren ver a Maduro fuera del poder, sino también del de los amigos, pocos, pero amigos, que aún le quedan a la revolución, pero en busca de lograr una coincidencia para encontrar coincidencias.

Y estos amigos, en realidad los 14 países de la Comunidad del Caribe (Caricom), los países más pequeños, más Bolivia y Nicaragua, demostraron que nada hay ganado o perdido en relación con el futuro inmediato de Venezuela, aunque, si se mira despacio, favorecer en lo que sea a Venezuela ese puede considerar un triunfo.

El hecho de que para salir del paso, Almagro haya tenido que suspender la sesión del organismo hemisférico, lleva a pensar que hay quienes dudan de que el interés del uruguayo no sea solo un afán personal, como lo pregona.

Lo ocurrido con la OEA demuestra que el gobierno de Nicolás Maduro ha recibido golpes internos con repercusiones externas, pero se mantiene en pie, gracias al petróleo o a lo que sea que irriga en los países del Caricom y los del Alba, que lo defienden sin reservas.

Y, aunque estas naciones para algunos casi ni cuentan, no hay que olvidar que tienen, cada uno, un voto que cuenta tanto como el de Estados Unidos. Y, el miércoles, incluso sin llevarlos a la urna, 14 de estos votos obligaron a aplazar la decisión sobre si intervenir o no en los asuntos de Venezuela.

Porque, aunque no sea fácil de aceptar para algunas cancillerías, lo que está haciendo la OEA, por razón de Almagro y Estados Unidos, es negar su principio fundamental de no intervenir en los asuntos internos de ninguno de sus miembros.

Nada de esto niega que la de Venezuela es la peor crisis de país americano alguno en lo que va del siglo, con un gobierno repudiado mayoritariamente y una revolución que no parece tener ni pies ni cabeza... Pero quizás la postura correcta, coherente con el espíritu de la OEA, sea la de dejar que Venezuela resuelva los problemas venezolanos.

A menos que Almagro quiera que la OEA olvide sus propósitos. Si es así, sin duda hay una contradicción fundamental entre el organismo y su secretario general, que tiene resolución más fácil que la situación de Venezuela.

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