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Editorial
Derecho al boicot
Un arma excelente frente a la inmoralidad del poderoso en contra de la gente ha sido siempre el boicot.
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Sábado, 3 de Junio de 2017

Contaminar el medioambiente por ignorancia o de forma accidental puede conducir al homicidio no intencional o culposo. Pero contaminarlo con el propósito de obtener ventajas inmorales es un delito atroz, es homicidio intencional, es decir, asesinato.

Y condenar a la humanidad a morir por razón de contaminantes y de sustancias que alteran el ritmo natural del clima del planeta es un genocidio sin parangón, una hecatombe que arriesga la existencia misma de la especie humana, un crimen de lesa humanidad.

Y, para algunos analistas, ese camino recorre el presidente de Estados Unidos, Donald Trump,  al abandonar el acuerdo de París de 2015, que busca regular las emisiones de gases tipo invernadero de la industria y de los desperdicios, a fin de garantizar que el frágil planeta no se recalentará y la humanidad no se extinguirá.

Con su decisión, Trump motivó ya a la gran industria de su país, a acudir a los medios que le parezcan, a fin de mantener sus niveles de producción a costos mucho más bajos que los de hoy y mantener su competitividad en el mercado mundial: siempre es mucho más barato mover enormes plantas con carbón que con energía eléctrica, por ejemplo, aunque el medioambiente y el hombre sean una preocupación.

En pocas palabras, ¿qué nos importan el hombre y la naturaleza y el planeta mismo, si muevo mi fábrica con combustibles fósiles más baratos que otros, y enveneno la atmósfera con gases, si podemos así seguir produciendo lo que la sociedad necesita y podemos ganarle mercados a China, por ejemplo? Tal es el criterio que ahora impuso Donald Trump.

Conductas como esta se deben castigar, desde luego. Pero ni el acuerdo de París, que es voluntario, contempla sanciones, ni hay cómo aplicarlas. Dicho de otra manera, no hay —ni organismo multilateral ni gobierno— quien le ponga el cascabel al gato de Washington.

Pero hay mecanismos para que las personas puedan enfrentar la amenaza de muerte que se deriva del cambio climático y de la visión miope de Trump, cuyas consecuencias se ven ya con las mareas cada vez más altas, zonas costeras que se hunden para siempre, duros inviernos que parecen no acabar, y sequías que resecan hasta las ansias de vivir.

Un arma excelente frente a la inmoralidad del poderoso en contra de la gente ha sido siempre el boicot, o sea, aquella acción que se dirige contra una persona o entidad para obstaculizar el desarrollo o funcionamiento de su actividad social o comercial.

En este caso, el boicot llevaría a no comprar productos de Estados Unidos, a fin de lesionar su economía y obligar a que Trump cambie de opinión y vuelva a comprometer a su país con el acuerdo de París y contribuya a salvar el planeta del fin fatal que se le viene.

Millones de seres humanos evitando comprar productos ‘Made in USA’ tienen más poder que ejércitos de tanques y buques de guerra. El boicot es una manera limpia y decente de hacer sentir a otros que no se les permitirá causar daño. Implica que el dinero de cada quien va a donde están sus valores, y que las personas, a través de la acción colectiva, le dan la cara al conjunto de creencias personales y sociales.

Desde luego, una sola persona nada logrará con boicotear a la industria de un país. Pero, si lo hacen muchas, miles, los resultados se verán más temprano que tarde.

Valdría la pena intentarlo.

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