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Editorial
Desterrar el odio 
En estas lamentables jornadas de violencia que vive el país todos tenemos nuestra cuota propia de responsabilidad.
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Lunes, 10 de Mayo de 2021

Del odio se ha dicho que es, sin lugar a dudas, la pasión más destructiva y terrible de todos los tiempos. El  más potente motor de las guerras. La historia nos cuenta que por el odio, Caín mató a su hermano Abel y este episodio del principio de la Creación, según los textos bíblicos, se ha repetido por los siglos de los siglos hasta nuestros días. 

Son recurrentes los casos de odio hacia los hombres, las mujeres, las religiones, los jóvenes, los niños, los ancianos, los padres, la naturaleza, los animales, los países, las razas y también contra muchas virtudes y valores necesarios para la sana convivencia. Igualmente, hay quienes odian o sienten aversión por la vida. El odio, en fin, es lo que se opone y excluye con el amor. Del odio se deriva rápido hacia la ira y la intolerancia.  

Estas y otras consideraciones e inquietudes se nos ocurren por estos días de agitación y convulsión social y económica que vive el país.  

Son desgarradoras e impactantes las imágenes de televisión y los registros y testimonio de otros medios sobre los desmanes y los saqueos y asaltos a los comercios y oficinas, así como los bloqueos a las carreteras y vías en varias ciudades, desde el pasado 28 de abril a raíz del paro nacional convocado en protesta contra la abortada reforma tributaria y la política social y económica del gobierno del presidente Iván Duque. 

El odio y la ira se pueden apreciar en los rostros de muchos manifestantes que irrumpen en establecimientos y destruyen todo lo que encuentran a su paso. Aterra ver a policías y civiles enfrentarse contra quienes inician desórdenes aprovechando confundirse entre los jóvenes que marchan desarmados y alegres, y así como en algunas ocasiones el desmedido uso de la fuerza para disolver pacíficos plantones, que se convierten gracias a infiltrados, en aterradores abusos contra establecimientos comerciales, bancarios, etc. 

Igual, los ataques con piedras y bombas incendiarias contra jóvenes policías por turbas enardecidas que claman venganza. Inconcebible que el odio de unos pocos impida el tránsito de ambulancias con enfermos o mujeres embarazadas a punto de parir, provocando víctimas fatales y el dolor inconsolable de sus familias.

En estas lamentables jornadas de violencia que vive el país todos tenemos nuestra cuota propia de responsabilidad. Comenzando por los que desde la cumbre del poder azuzan a los soldados y policías a disparar sus armas contra los manifestantes hasta quienes desde la contraparte aprovechan los desórdenes, iniciados seguramente por expertos en esos temas de agitar y destruir, acabando con todo lo que encuentran a su paso. 

No es la primera vez que estamos ante tantos hechos de barbarie y seguramente no será la última. Por culpa del odio y la falta de grandeza de nuestros dirigentes, la historia del país está cargada de tragedias y desastres.

Se hizo un enorme esfuerzo para alcanzar un acuerdo de paz con las Farc, después de casi 60 años de guerra, y en varias partes del mundo nadie entiende ni logra explicarse que se hubiera votado un plebiscito contra ese pacto de paz. Por el contrario, en los últimos años hemos estado empeñados en volver trizas ese acuerdo. Que solo se cumple a medias  y sus firmantes están siendo diezmados por los señores de la guerra.

Ha llegado la hora de desterrar el odio en nuestro país. Es una tarea que nos compromete a todos.

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