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Editorial
Dos países en la calle
Sus acciones no encuentran la respuesta que buscan promotores y manifestantes. Ni en Bogotá ni en Caracas.
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Sábado, 22 de Octubre de 2016

A diferencia de otras zonas del planeta, donde las gentes salen a las calles en busca de resultados y los logran, muchas veces en circunstancias dolorosas, en nuestro medio ese sistema parece no funcionar estos días.

Venezuela lleva muy largos meses con marchas multitudinarias en favor y en contra del gobierno revolucionario de Nicolás Maduro, y los objetivos de sacarlo del poder, por un lado, o de arrinconar a la oposición, por el otro, no se han logrado.

Y, en Colombia, pocos días después del plebiscito, sectores defensores de los acuerdos de La Habana y de la paz, comenzaron a organizar marchas en todas las ciudades, en busca de que la materialización de lo pactado  no se dilate y ponga en peligro la tranquilidad que hay.

Pero, tampoco esas marchas, algunas realmente multitudinarias y con pocos o quizás ningún antecedente, han logrado su propósito. El hecho de que en la Plaza de Bolívar de Bogotá permanezca, día y noche, un grupo de defensores de la paz, no ha generado los resultados que esperan quienes allí viven.

Es como si en estos dos países el poder político del establecimiento fuera más fuerte que el del pueblo en marcha, como si la inercia de las maquinarias del poder neutralizara hasta anular la dinámica de la protesta y de la presión del pueblo.

Cuando en Túnez, el frutero Mohamed Bouazizi se inmoló en diciembre de 2010, en protesta por el trato policial, comenzó la larga Primavera Árabe, que tres años después había transformado, en algunos casos sacando a los gobernantes, a 20 países que ya no serán lo que fueron en materia política y religiosa.

Allá, las manifestaciones y las marchas fueron inicialmente pacíficas. Que al final se hubieran convertido en revueltas fue resultado de la negativa del poder a ceder ante el pueblo y al uso de la fuerza para mantenerse.

Igual sucedió en Ucrania dos veces. Y en otros países europeos como Islandia, Grecia, Turquía. Y los objetivos populares se lograron.

Pero, ¿qué puede ser lo que ocurre en Colombia y en Venezuela, territorios al parecer estériles para este tipo de acciones populares? Parece un buen tema para que lo estudien los científicos sociales.

No siempre fue así, como lo recuerda la historia. En 1957, señoras enlutadas y estudiantes, en marcha por el centro de Bogotá, sacaron del poder al dictador Gustavo Rojas Pinilla. Y unos meses después, manifestaciones parecidas, hicieron lo mismo con el dictador venezolano Marcos Pérez Jiménez.

¿Cuál es la diferencia entre ayer y hoy? Porque tiene que haber alguna. Si no, hace rato Maduro fuera historia, y el acuerdo de paz estaría en plena vigencia…

Por ahora, sabemos que hay dos países vecinos en la calle, en busca de unos objetivos muy sentidos, pero sus acciones no encuentran la respuesta que buscan promotores y manifestantes. Ni en Bogotá ni en Caracas...

Y, como parecen indicarlo las señales, ninguno de los dos objetivos logrará que lo materialicen. No se pretende desestimular este tipo de acciones, de la más pura entraña democrática, ni más faltaría. Pero, cabe preguntar: ¿serán lo que se debe hacer?

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