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El castrochavismo

Para la mayoría de quienes creen que Colombia está al borde de ser otra Venezuela, el castrochavismo es un enorme tigre hambriento.

Por tiempos, como en estos días, algunos fantasmas políticos salen a plena luz del día. Esta vez no para asustar ingenuos, sino para la casi imposible tarea de calmarles los nervios, los temores y las aprehensiones, todas falsas, por supuesto.

A pesar de que definir el castrochavismo es una tarea que cada uno puede hacer según sus criterios y su bagaje ideológico, en Colombia se le explica como el gran monstruo que acabará con todo, y con todos, y ante el cual nadie parece estar dispuesto a ofrecerle resistencia.

Para la mayoría de quienes creen que Colombia está al borde de convertirse en otra Venezuela, a pesar de no existir punto de comparación, el castrochavismo es un enorme y poderoso tigre hambriento que aniquilará, hasta los huesos, a 45 millones de temerosas ovejas amarradas, mientras destruye todo lo que las rodea.

En menos de 24 horas, dos personajes tan opuestos como no son posibles otros, el saliente embajador de Estados Unidos en Colombia, Kevin Whitaker, y el exguerrillero y candidato presidencial de la Farc, Rodrigo ‘Timochenko’ Londoño, por separado, coincidieron en que muchas cosas serán posibles en Colombia, pero no la llegada y la adopción de algo tan indefinido y difuso como el castrochavismo.

Y si hay coincidencia entre un vocero del más puro y duro capitalismo, y el representante del más puro y duro socialismo marxista, ¿por qué no creerles y, de una vez por todas, desechar ideas nacidas más del odio y del oportunismo político que de la realidad?

Hay tres aspectos de la realidad venezolana que caracterizan a la revolución socialista bolivariana, con las cuales se identifica el fenómeno castrochavista, y que en Colombia no se dan.

Uno es la temida posibilidad de eliminar la propiedad privada, algo que está categóricamente negado en los acuerdos de La Habana, aunque admitida —con y sin indemnización— en los artículos 58 y 59 de la Constitución colombiana.

Otra, la debacle económica, originada en Venezuela en la acción benefactora del Gobierno y del Estado, atentatoria contra la responsabilidad fiscal y basada de manera exclusiva en la renta que, además, lo hace un país dependiente de manera casi que exclusiva de la renta petrolera, y sin desarrollo industrial alguno.

Pero, la verdad, esto no ocurre en Colombia, a pesar de los enormes gastos en los programas de vivienda gratuita. La economía colombiana lleva un siglo en un ascenso permanente y un desarrollo industrial que es ejemplar en el área.

Y, finalmente, está el temor de que la Farc llegue al poder y desarrolle toda la plataforma política socialista por la que mantuvo la guerra tantos años. Pero, en ese punto, precisamente, es donde menos posibilidades tiene la vía castrochavista.

Ni ‘Timochenko’ ni su partido tienen la más pequeña posibilidad de acceder al poder por las urnas, al menos en esta ocasión, y si su votación es tan esmirriada como se prevé, podría desaparecer como partido y como opción.

Además, el momento de Colombia no es, ni de lejos, el caótico y confuso de Venezuela cuando Chávez llegó a la presidencia.

Así que, de una vez por todas, hay que desechar el temor y, por el contrario, permitirle a la gente que viene del monte que pruebe lo que es una molienda en lo relativo a la acción proselitista tradicional, con votos en vez de balas.

Lunes, 29 de Enero de 2018
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