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El coronavirus y el colegio

De esa vieja normalidad no quedan sino los recuerdos, porque ahora la virtuosa misión de enseñar y de recibir conocimientos, entró completamente en la era de la estricta bioseguridad  y del distanciamiento físico.

En otro capítulo de esta serie de la vida real en la que el virus se salió de la pantalla para venirnos a mortificar, a amenazar la vida y a obligarnos a cambiar radicalmente comportamientos sociales que los humanos creíamos adecuados, Cúcuta asistió ayer al espectáculo de la alternancia escolar.

En los cuatro establecimientos educativos que comenzó el plan piloto para esta nueva realidad en el campo de la enseñanza, todo fue como de película, tanto así que hubo fotógrafos, periodistas y camarógrafos.

Eso no pasaba hasta febrero del año pasado, antes de que en Colombia recibiéramos el ataque pandémico del coronavirus. De esa vieja normalidad no quedan sino los recuerdos, porque ahora la virtuosa misión de enseñar y de recibir conocimientos, entró completamente en la era de la estricta bioseguridad  y del distanciamiento físico.

No quedó nada -al menos por ahora- de la llegada masiva de los alumnos que se encontraban a la entrada mientras sus padres esperaban a que ingresaran,  ni la bulliciosa algarabía  estuvo presente con el mismo entusiasmo de aquellos tiempos en que no teníamos la asechanza del coronavirus, que en Norte de Santander le ha arrebatado la vida a 2.666 personas.

Es que apenas abrieron sus puertas la Institución Educativa  María Montessori, el Centro Educativo General Santander y los jardines infantiles: Aquí Entre Niños, Magic Life Kids, Sonrisitas y Los Picapiedra, con los protocolos adecuados que eviten riesgos para los estudiantes, profesores y acudientes, el extraño regreso se hizo notar de inmediato.

Recuerden que tampoco fueron todos los niños matriculados en ese pequeño grupo de planteles, puesto que una mínima porción comenzó a ir de manera presencial a las aulas y sus demás compañeros continuarán recibiendo clases de manera virtual como ocurrió en 2020.

Ver llegar a los estudiantes a cumplir una serie de normas previas como lavarse las manos a la entrada, después pasar por el área donde les toman la temperatura, luego aplicarse gel e ir por una zona demarcada hasta su pupitre que está dentro de un sector señalizado con cinta amarilla y negra, es una experiencia realmente novedosa.

Porque, ¿cuándo íbamos a pensar que la libertad y la  interacción social estudiantil se vieran reguladas como consecuencia de normas de salubridad para prevenir una aceleración en la propagación de la enfermedad?  Eso no estaba previsto por nadie y viendo lo que pasó ayer en la capital de Norte de Santander en esos establecimientos escolares,  debemos indicar que la alternancia es un modelo adecuado, pero ajustado a las circunstancias particulares de cada institución y con un régimen de cumplimiento severo.

Resultará de fácil aplicación (pero con estricto seguimiento) en aquellos establecimientos escolares que cuentan con las adecuadas áreas de baños y sitios de recreo y salones de clase amplios o con una baja ocupación, porque evitar la aglomeración es esencial en esta estrategia.

Siempre se ha escuchado por parte de  Asinort, que reúne a los profesores de los colegios municipales y departamentales de Norte de Santander, que la alternancia en muchos de estos lugares es imposible por las condiciones de infraestructura y la alta afluencia de estudiantes en los salones.

Este sacudón que nos ha dado el coronavirus debe llevarnos a profundizar los cambios y darle prelación lo real, como es la inversión educativa, con establecimientos modernos y bien dotados pero también dedicarle recursos a la tecnología, a la masificación del internet y a la dotación de elementos como tabletas y computadores, porque ya el coronavirus nos dijo que las clases digitales en casa han llegado tal vez para no irse. 


 

Miércoles, 17 de Febrero de 2021
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