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Editorial
El señor Pékerman
Un grupo reducido de directivos de la muy cuestionada cima del fútbol colombiano puso fin de un golpe al sueño del país.
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Jueves, 6 de Septiembre de 2018

Se le necesitó mucho antes de que intentaran convencer a Colombia de que perder es ganar un poco. Llegó, tarde, hace muy poco tiempo, pero lo que hizo con este país es mucho más de lo que han hecho gobernantes, diplomáticos y enviados especiales fuera de las fronteras.

Con la Selección de Fútbol de Mayores, José Néstor Pékerman Krimen logró que los colombianos tuvieran el sentido de unidad que siempre había faltado, de orgullo y de pertenencia, factores que incentivan a la sociedad para superar todos los malos momentos que enfrenta.

Pero, después de varias semanas de especulaciones y de incertidumbre, los directivos de la Federación Colombiana de Fútbol y Pékerman concluyeron en que el argentino no será más el director técnico del equipo nacional.

Este exfutbolista y extaxista pudo, con conocimientos profundos de su oficio deportivo, configurar una selección verdaderamente nacional, y darle la particular forma de juego moderno y eficaz que hoy la distingue en el mundo.

Con Pékerman quedó atrás —y ojalá no vuelva— la desafortunada práctica de hacer creer que jugadores mayoritariamente de un solo departamento o de dos equipos, reforzados como por no dejar con dos o tres de otras regiones, constituían la Selección Colombia.

Fueron tiempos en los que lo mismo daba ganar o perder, pues perder, como se dijo antes, era ganar un poco, y otras ideas absurdas que eran asimiladas sin el menor espíritu crítico por los colombianos, y por los jugadores, que llegaron a creerse dioses, antes, claro, de caer de manera estrepitosa donde se suponía que serían invencibles.

Con Pékerman se pasó del palabrerío y de la verborrea con acento especial a la mesura y la serenidad del hombre que sabe que, antes que hablar, lo que vale es saber hacer las cosas bien, a conciencia, con la disciplina que jamás ninguno de los demás técnicos logró infundir en los jugadores, a los que les devolvió la fe y el sueño de ser los mejores y les inculcó coraje y valor.

Serio, sin desplantes, tranquilo, decente, Pékerman, el señor Pékerman, les dio a los colombianos lo mejor que podía, y los colombianos le correspondieron de igual manera. No todos, claro está. Los dueños del fútbol no creyeron conveniente que siguiera por el camino que llevaba.

Un grupo reducido de directivos de la muy cuestionada cima del fútbol colombiano —como que de ellos hay alguien preso— puso fin de un golpe al sueño del país se seguir por la senda del éxito futbolístico que impuso Pékerman.

Terminó el ciclo de un hombre decente, que se lleva el corazón y la gratitud de un país merecedor de mejor suerte y de mejores dirigentes deportivos.

Quien lo reemplace tendrá un trabajo enorme para desplazar a Pékerman de las simpatías colombianas y para demostrar que antes que técnico se puede ser un caballero, como este argentino que, como sea, también se lleva en el corazón una espina, pequeña pero dolorosa: la de haberse sentido manoseado y sometido a una espera injusta, innecesaria. Con él no hubo juego limpio. Lástima.

Por ahora, señor Pékerman, muchas gracias y un aplauso interminable.

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